Qué misterioso me resulta observar cómo la vida se va entregando poco a poco sin un sentido claro. Aquellas famosas preguntas del de dónde vengo y hacia dónde voy siempre quedan colgando y sin respuesta. Y la vida continúa, con respuesta y sin ella. Porque los días pasan, se suceden, viene la lluvia, nos visita el frío, se anuncian tempestades, mañana será miércoles, yo volveré a mis clases después de un par de días enjuagando mi garganta, nos esconderemos al amparo de la calefacción, mi madre seguirá en su mundo y desajustada, jugaremos a llenarnos de paciencia y a sentir lo importante del cariño, se morirán más seres y nacerán otros nuevos… Bueno, ¿y qué? ¿Y todo esto de qué sirve?, ¿cuál es la perspectiva?
En realidad me pregunto estas curiosidades sin respuesta porque no quiero ver mi fin tan próximo, por una falsa alarma ante la perspectiva que se agota en la esquina, por un cuajarón turbio que aspira a mirar un poco más allá del tiempo irremediable, por esa sensación y ese deseo de perpetuarse una mijina más, un ratinín más largo, una miajirrinina de añadido que no es ni un triste consuelo porque exige después otra porción de tiempo, y así hasta el infinito.
Hay una escapatoria interesante, que sirve de consuelo, aunque no me explique nada o casi nada de las primeras preguntas. Se trata del esfuerzo y la prolongación en los más próximos, en los hijos, en los padres y en los que viven cerca. En ellos voy dejando una semilla que repetirán ellos con la generación siguiente y que irá prolongando esta cadena que mantiene visible lo que aislado no tiene ningún sentido. Quizás esa sea la única forma de no morirse o al menos de dar un poco de sentido a la muerte. Porque pienso otra vez con Unamuno: “Porque no quiero morirme del todo, y quiero saber si he de morirme o no definitivamente. Y si no muero, ¿qué será de mí?; y si muero, ya nada tiene sentido.”
Hoy me contemplan tres generaciones. Y se anuncia una cuarta. Los extremos son débiles, apenas son soportes debilísimos que se pueden romper por cualquier parte. Hay que cuidarlos tanto… Miro hacia las dos partes y no sé qué decir. Y me miro a mí mismo y me quedo en silencio, pensando en las preguntas, sin ninguna respuesta, lanzado a transitar por el camino, sin un rumbo de luz pero empujado a andar, a echar un pie tras otro sin descanso. Me gustaría tanto ver con serenidad el horizonte…
martes, 28 de octubre de 2008
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