El instinto y la querencia me llevan muchas veces al Quijote. Lo visito y me engolfo en él como si cada vez me diera de comer manjar distinto. No busco nada en él, solo me embarco y me dejo llevar. Siempre resulta sabrosa su lectura. Hoy he andado menudeando en los primeros capítulos y he pensado que alguna vez tendría que hacer lo mismo que los allegados del caballero realizan con su librería.
El héroe (más bien el antihéroe) se había vuelto tarumba con una colección de poco más de cien volúmenes, casi todos libros de caballerías, novelas pastoriles y poesía épica. Yo, si fuera por cantidad, me tendría que haber vuelto tarumba y medio y haber perdido el juicio demasiadas veces.
Necesito un espacio para guardar mis libros, necesito pensar en todo lo que puedo leer en internet o en otros formatos, necesito saber que hay que expurgar y seleccionar para que quede lo que realmente me haya aportado algo importante. Necesito saber también que hay que pausar las lecturas. A lo largo de los años, mi colección se ha ido concentrando en textos poéticos, en detrimento de los textos que hacían referencia a la filología. Acaso porque me fue interesando cada vez un poco menos la formación del instrumento y un poco más las melodías que con él se pueden ejecutar y gustar.
Del almacén de LFComendador, siempre tan generoso conmigo (muchas gracias, colega), incorporo hoy mismo cinco volúmenes de creación poética y una novela. No sé dónde colocarlos: no me caben. Desde mi ventana puedo lanzar directamente libros a la plaza; desde mi terraza los puedo mandar al campo. En cualquier sitio puedo encender una hoguera y calentarme a ella. Nunca lo haría, como el cura y el barbero, por despreciar un libro sino sencillamente por seleccionar y hacerme un espacio real y manejable.
Siempre fue más importante leer que poseer. No me quejo de mis años de lectura, aunque voy retardando mis esfuerzos y dándole más tiempo a cada texto. Todavía tengo la fea costumbre de leerlos y de sacar de ellos algún sorbo sabroso.
Cuando, en la librería de don Quijote, les tocó el turno a los libros de poesía, los censores, trasuntos de Cervantes, se mostraron amables: “Esos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho, que son libros de entretenimiento sin perjuicio de tercero.” Pues sea y, aunque habría mucho que matizar, dejémoslo estar.
lunes, 13 de octubre de 2008
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