jueves, 30 de octubre de 2008

AHORA QUE TÚ TE MARCHAS

Ahora que tú te marchas, madre, después de estos meses con nosotros, debo decirte algo. Es algo muy sencillo. Sencillamente esto: Te quiero como nunca te he querido. Te quiero mucho, madre, te lo juro, te quiero mucho, mucho, mucho. No debería dramatizar este momento. De hecho he escogido este día (es lunes cuando escribo y aún faltan algunos para que se produzca tu marcha) para no sentirme perdido en el momento exacto en que te vea partir.

¿Qué voy a hacer ahora sin tu presencia intensa y continuada? En muchos momentos me he sentido vencido, cansado y sin recursos, lejos de mi paciencia, siempre escasa, próximo al desaliento y a la mala palabra. Pero te he querido tanto, madre, te he abrazado tanto, te he dado tantos besos, te he sentido tan cerca, he dado tantos pasos junto a ti, he visto amanecer y llegar el crepúsculo besándote las manos y pidiéndote calma y sosiego, rogándote silencio, perdiendo mi paciencia, renegando de todo. Pero te he querido tanto, madre…

Has estado al amparo de otros seres fantásticos. Angelines ha sido tu sustento en nuestras horas de ausencia. Cómo echarás en falta sus caricias, sus palabras de ánimo, sus cuidados continuos, sus besos, su paciencia. Ha sido como una hija más, y de las mejores; tú bien que lo sentías cuando llegaba a casa. Y has gastado el nombre de Magdalena para dejarlo ya de sonsonete en tus balbuceos: “Madalena, Madalena, Madalena”. ¿Tú te das cuenta, madre, qué compañera tengo tan fantástica? ¿Cómo podré pagarle, en tu nombre y en el mío, tanto desvelo, tanta atención, tanta paciencia, tanto ánimo, tanto cariño, tanto empeño en vencer el desaliento, tanta dulzura siempre, tanto amor? Si tú supieras, madre, que ella perdió a su madre tan solo tres meses antes de que vinieras a estar con nosotros. Si tú supieras, madre, que tu presencia para ella era continuación del cariño tan denso que dedicó a su madre, que tenerte es sus brazos o darte de comer era como darle de comer o abrazar a su propia madre. Nunca sabré cómo pagarle todo lo que contigo ha hecho y seguirá haciendo cuando lo sigas necesitando, pero te juro que lo voy a intentar; se lo merece todo y un poquito más. Es fantástica, madre, a pesar de que también entre nosotros nos regañemos por otras menudencias.

Estoy muy orgulloso de los cuidados que te hemos dispensado. Esta vez he tenido a la madre más tierna porque he tenido a la madre más desvalida y más necesitada, la que llega cansada y desorientada después de muchos pasos en el largo camino de la vida. Ahora no tendré prisa cuando acaben mis horas de trabajo por correr a abrazarte y a sentarme a tu lado. Llegaré hasta mi casa y encontraré el sillón vacío, sin tu presencia diminuta y tierna. Cuando salga a la calle, no miraré el reloj ni tendré prisa por regresar corriendo. Tú no estarás pidiendo mi presencia como lo haces ahora, aunque no me identifiques siempre como a tu hijo en esa nebulosa en que te hallas. Para vengarme, me sentaré yo mismo en el sillón que te he cedido estos meses y me sentiré tú misma, quizá me acaricie lentamente como tú hacías con mis brazos y mis manos.

Te sentiré más lejos y te iré a visitar. Tal vez tú perderás mi referencia, o la escondas en unas coordenadas que no entienda. Yo te querré lo mismo. Porque te quiero mucho, madre, mucho, mucho, mucho.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

No te canses de decírselo nunca,en su irrealidad, esto, lo sabe distinguir y le acercara más e este nuestro mundo.