miércoles, 22 de octubre de 2008

SIN SABER LA RAZÓN



Mi mano está cansada y no sabe la causa por la que escribe. Tal vez para librarse del olvido, tal vez para afirmarse, tal vez para llamar a otras manos que pasan por el aire y no se detienen a mirar sus dedos, tal vez por recordar que llovió mucho y no guardó la calle la humedad ni el frío. Hay causas, siempre hay causas, nunca existe una causa. Y llamarla a que salga al escenario no es sencillo. Yo no lo tengo claro.

Pero aquí están mis dedos, mis impulsos, este rato en silencio robado a los inicios de la noche para dejar constancia de otro día de visitas, de frío, de lluvia y de nieve. Han llegado las nieves bruscamente a lo alto de la sierra y a sus faldas. ¿Vendrán para quedarse? Ya tendré vistas blancas desde mi terraza, me sentaré a mirarlas lentamente, llenaré mis pupilas del blanco de las noches. Porque ya el color de las noches será blanco para mis ojos siempre, con la luna allí arriba, sorprendida, y más allá, en el cielo, las estrellas, que, al claro de la luna, se mostrarán más bellas y encendidas. Y aquí abajo, nosotros, con nuestra vida a cuestas, con nuestros sueños vivos, con el aire sonando, ululando y lamiendo las paredes, con las mañanas tardas, con los días más pequeños, con la rutina al hombro.

Y es que hay días que pasan sin pasar, sin dejar ni una huella, ninguna raspadura, ni una brizna de polvo que guarde los recuerdos, a la espera de que el viento, de nuevo los levante y los lleve por el cielo, ni un maldito momento que llevarse a la boca.
Pero hemos vivido y hemos respirado muchas veces, hemos andado un poco, se nos ha prolongado el hermoso festín de la palabra, nos hemos visto juntos en esta vía angosta. Y nos hemos mirado frente a frente, afirmando en los ojos que merece la pena seguir mirando alto, creciendo y deshaciéndonos, muriéndonos un poco, viviéndonos un mucho… Viendo pasar el tiempo.

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