viernes, 10 de octubre de 2008

TENEMOS LA PALABRA

¿Por qué no soy consciente del bendito regalo que me ofrece la palabra? Reparo en los sistemas de comunicación, en todas las ventajas que se ofrecen al hombre, en todo lo que avanza para ponerse en contacto. Qué maravilla todo.

Pero también me paro a contemplar la magia de cualquier colmena, la lentitud pausada de cualquier hormiguero, el canto celestial de las ballenas. Y me pregunto de dónde puede proceder tanta perfección, cuántos siglos se necesitan para sentir como normal tanto milagro. Alguien ha dicho que si las abejas desaparecieran nosotros no podríamos vivir en este planeta. Yo lo creo y lo afirmo con la misma certeza. Zumban, bailan, se mueven, se ponen a la cola, colaboran en su mundo mágico, se animan y se anulan, se entregan sin reservas a su tarea salvífica, extienden vida y alma por todos los rincones.

Y, sin embargo, pienso en la envidia que sentirían si pudieran presenciar sencillamente un saludo entre dos seres humanos, un simple buenos-días, que encierra tantas cosas, que anima a conversar, que abre puertas a todo, que estimula los sanos intercambios, que hace que todo sea un gran milagro. Tan solo con dos simples palabras. No pueden las abejas asomarse a la lógica ni explicar el perfil de la belleza, tampoco son capaces de dar cuenta articulada de ningún sentimiento. Y son maravillosas, nos quedamos sin habla, extasiados, al verlas trabajar en sus colmenas.
Yo tengo el don sabroso, el vendaval feliz de la palabra, soy un pequeño dios, hago milagros cada vez que articulo un pensamiento y lo cifro en un código lingüístico.

Estos sí son milagros y no Lourdes ni Fátima. Es tan cierto y hermoso lo que dijo el poeta: “Nos queda la palabra”. Quizá en más positivo: Tenemos la palabra.

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