miércoles, 1 de octubre de 2008

ME JODEN ESTOS ESTEREOTIPOS

Una de las tareas más complejas con las que se encuentra un educador es la de seleccionar lecturas para sus alumnos. Al fin y al cabo, el último objetivo sigue siendo aquel viejo binomio de aprender a leer y a escribir. Ojo, y esto se produce en todos los niveles. Entre otras cosas porque prácticamente nadie sabe realmente leer y escribir bien. Es como saber preparar el molde para que después se produzcan en él los vaciados son rapidez y precisión.

El trabajo con adolescentes impone además esta ocupación como una de las esenciales. Poco necesitaba yo para dar razón a esta verdad y para aplicarme a ella. Pero sigo sin tener un criterio claro para la elección de libros. Y la consecuencia es que lo que me parece que va a “funcionar” positivamente se cae por el suelo, y aquello en lo que no confío obtiene resultados espectaculares. Y la elección del mismo libro resulta acertada en una ocasión y desacertada en la siguiente.
Las editoriales ya se encargan de ajustar la publicación de libros a las edades y características de estos adolescentes. Pero yo creo que, con frecuencia, lo hacen desde una escala de valores equivocada y que en nada contribuye al progreso de la educación. Y casi todos los escritores se prestan a desarrollar el esquema que se les solicita. Tienen disculpa: se juegan las pelas. El esquema tipo es el de unos adolescentes protagonistas que tienen como horizonte enfrentarse con sus progenitores, mirar de reojo a sus profesores, tratar de enfrentarse a ellos como si fueran sus enemigos, saltarse el trabajo de las asignaturas porque de ellas lo único que realmente les interesa es el aprobado, y erigirse en líderes de su pandilla de amigos. ¿Por qué los padres tienen que aparecer casi siempre como ogros y no como personas con virtudes y defectos pero preocupados por la educación de sus hijos? ¿Por qué los profesores siempre son también enemigos de sus alumnos? ¿Por qué? Es verdad que la adolescencia y la juventud son etapas de afirmación de la personalidad y de cierto rechazo precisamente de los que tenemos más próximos, pero no entiendo por qué hay que exagerar estos rasgos hasta convertirlos en imprescindibles para la historieta que se monta el autor.

Me joden estos estereotipos porque creo que contribuyen a seguir engordando una realidad que conduce a muy poco y que tiene como fin precisamente eliminarla para conseguir otra nueva más integradora. De hecho los finales siempre conducen a reconciliaciones, a entendimientos entre padres e hijos y entre estos y profesores, a sedimentar algún amor entre los jóvenes… ¿Por qué entonces resaltar en el proceso machaconamente lo más morbosillo? No quiero libros melifluos, pero tampoco textos que arruinen la realidad, que contribuyan a seguir engordando estereotipos que valen solo para los más tontos del lugar, incluidos muchos de los escritores.

Y eso que, por encima de todo, está el hecho de que prenda en ellos el gusto por la lectura, el placer por el don de la lectura. Sea con lo que sea. Incluso con protagonistas de libros que aparentemente odian la lectura. En uno de estos textos afirma un joven: “Esa es la trampa. Hoy nos exigen que nos convirtamos en héroes, héroes de una sociedad que nos machaca, nos oprime y nos pone todo tipo de trampas. Una sociedad que nos educa para el consumo y nos lanza directamente al paro. Una sociedad donde siempre triunfan los pelotas y los que mejor engañan. Una sociedad que solo se preocupa de que las cosas sigan como están, pero que nosotros estamos dispuestos a cambiar.”

No sé si, en el fondo, no es una buena lección para el escritor.

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