domingo, 1 de junio de 2008

PERDER EL TIEMPO


PERDER EL TIEMPO
Mi hermana Asunción me llama ahora por teléfono con más frecuencia. Sé muy bien por qué lo hace y se lo agradezco. Con sus charlas me anima un poco y me recuerda siempre, sin necesidad de decírmelo, que está ahí para lo que haga falta. Qué estupendo es tener siempre un fondo de armario de cariño familiar para tirar de él en cualquier momento. Esto vale un Potosí. Hay que estar contento con ello.
El último día me invitaba a buscarme alguna ocupación manual para “no darle tanto a la mente” y me animaba a regalarle el primer “cesto” que hiciera, incluso si su manufactura no fuera la mejor. Aunque no me lo manifestara explícitamente, creo que sé muy bien por qué me lo decía y con qué fines. En realidad me invitaba a saber “perder el tiempo”. Aunque le agradezco su estupenda intención, no estoy seguro de que vaya a hacerle caso, tal vez porque sencillamente no sé cómo hacerlo.
Alguna vez he afirmado que lo único que el ser humano aporta a la vida es una sensación de medida del tiempo. Con esa medida se engaña, ordena los actos, se anima y se desanima y se planta en el pasado y en el futuro. Qué fácil y qué difícil es eso de saber perder el tiempo. El tiempo -resulta una perogrullada-, al final, siempre se pierde. No importa que se actúe de una forma o de otra; al final del camino, siempre se va a tener la sensación de haber perdido el tiempo, sencillamente porque nadie tiene la fórmula para llenar el tiempo de una forma certeramente positiva y porque nadie conoce el fin preciso por el que merece la pena llenar el tiempo de una forma o de otra diferente.
Si la vida posee algún sentido, tendríamos que tenerlo claro para orientar nuestros esfuerzos todos en esa dirección precisa. ¡Quién lo puede conocer! Y, si no hay fin definido, ¿cuál es el sentido que les debemos dar a nuestros actos? Y, si no hay fin definido, ¿cuál puede considerarse su sustituto? Tal vez la sensación de no sentirte demasiado mal, tal vez la sensación de que no eres demasiado consciente del paso de ese tiempo, o sea, de que estás matando agradablemente el tiempo.
Pero qué contradicción: ¿no es tiempo lo que necesitamos y queremos?, ¿no es sensación de paso rápido de tiempo en cuanto se llega a cierta edad?, ¿no es aspiración general alargarse un poquito en la memoria del tiempo y del recuerdo?
El tiempo, siempre el tiempo en el horizonte y entre las manos. Y, sea como sea, el tiempo se me va, se nos va sin remedio. Habrá que apurar las horas desde la incertidumbre pero con la sensación de que el final será de todos modos y de que, por tanto, el camino es lo que importa. Y en él está la guinda y lo sabroso.
Tengo que aprender a “perder el tiempo” en mi favor, con ese fin sustituto de otros que no alcanzo a descubrir. En cuanto consiga colorear una hoja, por ejemplo, se la mandaré a mi hermana. Aunque solo le sirva para echarla a la lumbre por su mala calidad. Perder para ganar. También el tiempo. Comoel que agradablemente he perdido esta tarde con Youssouph, Felipe y Guillermo en una reunión intercultural celebrada en El Encinar, cerquita de Salamanca.

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