domingo, 8 de junio de 2008

ESE MALDITO MIEDO


Seguramente el ser humano aspira en alguna medida a llegar a eso que llamamos la felicidad, la belleza y el placer. Son palabras grandilocuentes pero, tomadas con cuidado, con porcentajes y a cuenta, responden a lo que se supone que todo hijo de vecino se propone alguna vez en la vida. Felicidad, belleza, placer… ¿qué será todo eso? Apenas si atisbamos sus estados, su situación, su desarrollo, sus cualidades. Y, sin saber apenas nada de ello, aspiramos a entrar en sus dominios, al menos por un rato. Todos. Consciente o inconscientemente, proclamándolo o desde el silencio.
¿Quién conoce la fórmula? ¿Existen esas fórmulas? Nadie sabe realmente nada. Ni siquiera en qué puede consistir la definición de estos estados. Pero tenemos un recuerdo, la nostalgia de algún momento en el que nos hemos sentido satisfechos, como con ganas de decir que no nos muevan de semejante estado, con ansias de hacer tiendas para quedarnos allí. “Se canta lo que se pierde” decía el maestro. Qué razón tenía. ¿Quién puede aspirar a la felicidad ni no ha tenido algún atisbo de lo que puede suponer, si no ha saboreado alguna vez las mieles de sus frutos? Porque se aspira a algo de lo que tenemos noción, a algo de lo que se nos ha hablado, a algo que nos hemos figurado o a algo de lo que hemos gustado en alguna ocasión.
Y existe un elemento que tal vez nos impida gozar de esos hermosos frutos de la belleza y del placer. Tal vez eso sea el miedo, el miedo a no seguir la senda prefijada, a sacar los pies del tiesto, a no atenernos a lo que nos han marcado, a cierta precaución a no responder a lo que nos han inculcado. No sé si el miedo no se convierte en muro que nos impide ver lo que hay más lejos, o lo que simplemente se halla al otro lado de la tapia, ahí, para ser gozado, ahí mismo, para ser violado con nuestras propias ganas, con nuestras propias ansias y deseos. Ese miedo maldito cargado de cultura, de cultura que impone las reglas al uso, de miedo que suscita fantasmas por doquiera, de siempre andar pensando en si se ajusta a algo o simplemente empuja a gozar del momento. Es la cultura un miedo que lucha contra el gozo del azar, contra las exigencias del instinto, contra todo lo que ha tomado pie entre las gentes que imponen la cultura con mayúsculas.
Qué difícil es todo. Yo sé que no hay persona sin la presencia de los otros, que ni siquiera se puede definir el individuo sin que en su concepto aparezcan los otros, los demás, lo que le rozan. Tal vez lo exija la supervivencia simplemente. El miedo, el reparo, el temor, el pánico, el espanto, la alarma, el susto, el error, la desconfianza, la turbación, el asombro, el desasosiego, la cobardía, no son más que variables de ese muro interpuesto entre nuestros deseos y las imposiciones sociales que nos retienen y nos ponen pausa en el camino hacia la felicidad, hacia la belleza y hacia el placer.
¿Quién me puede enseñar a andar lo justo, a retenerme a tiempo pero a no perder paso ni minuto, para llegar con tiempo hasta el reino difuso en el que estar contento? ¿Quién me puede negar que yo he nacido con el derecho al hombro de intentar ser feliz, de sentirme cuajado y satisfecho? ¿Qué hago yo aquí si no es por estas causas?
Hoy reniego del miedo en el que estoy metido tanto tiempo. Solo reniego un poco, por un momento solo pues volveré a notarlo cada día, como una losa encima de mi cuerpo, como una piedra encima de mi ánimo.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Nuestros miedos son lo único que nos condiciona, pero aprendemos a vivir con ellos y ellos aprenden a manejarnos.