lunes, 9 de junio de 2008

SELECTIVIDAD


Estos días de junio precipitan las ansias y trabajos del invierno. También los de los escasos días de primavera de estas tierras bejaranas: por aquí siempre tarda en alzar las hojas y en dar cabida al calor.
Otra de mis debilidades y contradicciones casi anuales es la de prestarme al juego ese que llaman selectividad. Suelo desplazarme a Salamanca, donde se reúnen alumnos de múltiples centros, todos estresados, con los nervios a cuestas, dispuestos como nunca a soltar adrenalina, asustados al máximo, serios como pocas veces… Y así en todas las partes, también aquí en Béjar. Nuestros propios alumnos, nuestros propios vecinos, nuestros propios familiares. Confieso que me presto a ello por el cambio de aires durante unos días, porque de no hacerlo tendría ocupaciones similares en otras aulas, y porque algún beneficio económico me rinde. Ya se echa de ver en esta confesión que no son argumentos de demasiado peso. Acaso sí normales por repetidos en todo.
El caso es que en toda esta liturgia tan bien organizada no sabe uno a qué Dios se está invocando ni qué función tiene cada participante. Seré muy drástico y, por lo tanto, impreciso e injusto. También voy a quedarme al descubierto. Una vez más.
Me he preguntado muchas veces por el sentido y el valor de actividades como esta y siempre termino concluyendo en tres pilares:
a) El sentido de que los centros privados mantengan cierta cautela a la hora de calificar a sus alumnos y no engorden demasiado las notas.
b) El sentido de que los profesores de los centros públicos se sientan también un poco vigilados.
c) El sentido de que a unos cuantos se nos gratifique la labor ingratísima de la corrección.
Lo demás es un mundo muy complejo y con escaso valor, en el que juegan muchos y con muy diversos intereses: los alumnos, que cifran sus esperanzas en empezar de nuevo en sus carreras, pero ya en las suyas; los padres, que adivinan en sus hijos futuros placenteros; la sociedad, que clasifica a sus seres para ver la forma de mantener la estructura menos mala para la supervivencia.
Porque aquí todo es clasificar, sentirse evaluados, pasar el corte limpios, apuntarse a un trabajo que nos guste, o al menos a uno de esos que afirman que tiene buen futuro. Y todo, en buena parte, depende de esta clasificación.
Cuando llego a este punto, siempre me propongo esta reflexión:
a) En realidad, ¿se hace con garantías totales esta clasificación y la de toda la enseñanza?
b) ¿No es más cierto que la vida está llena de muestras de gentes torpes con medallas y títulos en todos los bolsillos?
c) ¿No es verdad que también está llena de gentes con buen talento y sin ninguna titulación oficial?
d) Y, en caso de que todo lo anterior fuera correcto, ¿no es menos cierto que, en realidad, a lo que contribuiríamos sería a la repetición y perpetuación de esta sociedad en la que vivimos, con esta escala de valores tan manifiestamente mejorable?
Los alumnos siguen gastando esfuerzo en estos días. Los veo mientras ideo estas líneas. Los comprendo un poco más. Los presiento fuera del aula y por las calles. Ya, dentro de nada, a la vuelta de dos días. Todo habrá pasado. Porque todos pasarán. Pasarán aprobando los exámenes. Pasarán porque inmediatamente se olvidarán de ellos y se vestirán de verano. Pasarán porque los exámenes también pasarán de ellos. Que a todos les vaya bien. Por mí que no quede. Ánimo.

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