Cansadito llego de los madriles, del poblachón manchego, del rompeolas de todas las Españas. Hay pocas cosas tan productivas como superponer imágenes para romper todos los esquemas de tiempo y espacio. Yo las he dejado correr este fin de semana y todo se me ha vuelto un poco nuevo aunque todo o casi todo resultaba en la realidad repetido.
Dejé el viernes esta ciudad estrecha a eso del mediodía, paré un buen rato en Ávila para abrazar a Sara y verla tan bonita como siempre. Cómo siente y conoce nuestra presencia. Y cómo le gusta ser el centro de todas las atenciones y tenernos a todos a su alrededor. Luego todo nos lo paga con creces con sonrisas e imitaciones de cualquiera de nuestros gestos. Y entonces nosotros… Ay entonces nosotros.
Pero en medio de un atardecer gris y hasta lluvioso traspasé ese muro granítico de Guadarrama y me desparramé en vista por la llanura poblada en abundancia por todas partes hasta sumergirme en la gran ciudad. Mi hermana, como siempre, nos aguardaba tan amable y cariñosa. Y lo mismo Pedro. Y lo mismo Sergio. Estoy muy orgulloso de ellos.
Después, los almacenes, los mercadillos, el Rastro, los paseos, la conversación y la compañía. Y esta vez, dos novedades especiales. No hubo teatro como en otras ocasiones. Pero sí hubo feria del libro.
Ayer sábado, por la tarde, también lluviosa pero agradable de temperatura, acudimos a la feria del libro. La feria es una amalgama de sensaciones. Libros, muchos libros; casetas, muchas casetas; gente, mucha gente; y hasta lluvia, mucha lluvia. En Madrid, ya se sabe, todo se hace a lo grande. Bastante famoseo en el asunto de las firmas, bastante curioseo por parte de muchos paseantes, anuncios de todos los colores, gentes de toda especie…; en fin, como para contentar a todos y no dejar contento del todo a ninguno.
Me preguntaba en directo qué sentirían los firmantes que no tenían ningún cliente frente a todos aquellos que no conseguían que se acabara su cola. Y me imaginaba a aquellos que en toda la tarde no firmaran ni un solo ejemplar, que alguno habría. Y me imaginaba cuánta gente miraba a los libros y cuánta a las personas.
No estoy muy seguro de que estas ferias tengan un futuro demasiado creciente sino más bien lo contrario; a no ser que se especialicen en textos o radicalmente novedosos o en ejemplares raros. El fenómeno del libro electrónico les va a comer mucho terreno si no saben adaptarse. Algunos autores de los que vi me sonaron a rancio pues bien poco quiero saber ni de ellos ni de sus creaciones. A muchos otros los admiro mucho. En fin, todo muy diverso y todo muy normal. Yo he tenido la ocasión de encontrarme en esa situación (y siempre en lugares muy minoritarios) en un par de ocasiones y no tengo buenas sensaciones de lo que eso acarrea: no me gusta casi nada el fetichismo y creo que esto lo ronda.
Compré, claro que compré, aunque no mucho. Al fin y al cabo, la feria no es más que una muestra más de un intercambio comercial adornado con formas un poco distintas. Todo, también una actividad de este tipo, se acomoda y se explica desde unas estructuras económicas que no son demasiado distintas -acaso un poco más amables- que las que se ejercitan en un banco a diario.
El regreso tuvo de nuevo estación de parada en Ávila, para ver otro ratito a Sara, a Miguel Ángel y a Merce y su madre. Otro ratito de achuchones y de carantoñas.
Cuando el sol se despedía en el horizonte y llenaba las nubes de unos tonos rojizos maravillosos, atravesaba las llanuras de Piedrahíta y me acercaba con rapidez hasta estas montañas de Béjar. Debería haber parado para contemplar el espectáculo natural que se nos ofrecía. Jamás un pintor podrá ni siquiera aproximarse a reproducir el espectáculo del sol y de las nubes. Cualquier creador que hubiera contemplado esos colores habría decidido pasar unos añitos en silencio. Tal vez cualquier poeta debería hacer lo mismo.
domingo, 13 de junio de 2010
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