domingo, 13 de junio de 2010

SUPERPONER IMÁGENES

Cansadito llego de los madriles, del poblachón manchego, del rompeolas de todas las Españas. Hay pocas cosas tan productivas como superponer imágenes para romper todos los esquemas de tiempo y espacio. Yo las he dejado correr este fin de semana y todo se me ha vuelto un poco nuevo aunque todo o casi todo resultaba en la realidad repetido.

Dejé el viernes esta ciudad estrecha a eso del mediodía, paré un buen rato en Ávila para abrazar a Sara y verla tan bonita como siempre. Cómo siente y conoce nuestra presencia. Y cómo le gusta ser el centro de todas las atenciones y tenernos a todos a su alrededor. Luego todo nos lo paga con creces con sonrisas e imitaciones de cualquiera de nuestros gestos. Y entonces nosotros… Ay entonces nosotros.

Pero en medio de un atardecer gris y hasta lluvioso traspasé ese muro granítico de Guadarrama y me desparramé en vista por la llanura poblada en abundancia por todas partes hasta sumergirme en la gran ciudad. Mi hermana, como siempre, nos aguardaba tan amable y cariñosa. Y lo mismo Pedro. Y lo mismo Sergio. Estoy muy orgulloso de ellos.

Después, los almacenes, los mercadillos, el Rastro, los paseos, la conversación y la compañía. Y esta vez, dos novedades especiales. No hubo teatro como en otras ocasiones. Pero sí hubo feria del libro.

Ayer sábado, por la tarde, también lluviosa pero agradable de temperatura, acudimos a la feria del libro. La feria es una amalgama de sensaciones. Libros, muchos libros; casetas, muchas casetas; gente, mucha gente; y hasta lluvia, mucha lluvia. En Madrid, ya se sabe, todo se hace a lo grande. Bastante famoseo en el asunto de las firmas, bastante curioseo por parte de muchos paseantes, anuncios de todos los colores, gentes de toda especie…; en fin, como para contentar a todos y no dejar contento del todo a ninguno.

Me preguntaba en directo qué sentirían los firmantes que no tenían ningún cliente frente a todos aquellos que no conseguían que se acabara su cola. Y me imaginaba a aquellos que en toda la tarde no firmaran ni un solo ejemplar, que alguno habría. Y me imaginaba cuánta gente miraba a los libros y cuánta a las personas.

No estoy muy seguro de que estas ferias tengan un futuro demasiado creciente sino más bien lo contrario; a no ser que se especialicen en textos o radicalmente novedosos o en ejemplares raros. El fenómeno del libro electrónico les va a comer mucho terreno si no saben adaptarse. Algunos autores de los que vi me sonaron a rancio pues bien poco quiero saber ni de ellos ni de sus creaciones. A muchos otros los admiro mucho. En fin, todo muy diverso y todo muy normal. Yo he tenido la ocasión de encontrarme en esa situación (y siempre en lugares muy minoritarios) en un par de ocasiones y no tengo buenas sensaciones de lo que eso acarrea: no me gusta casi nada el fetichismo y creo que esto lo ronda.

Compré, claro que compré, aunque no mucho. Al fin y al cabo, la feria no es más que una muestra más de un intercambio comercial adornado con formas un poco distintas. Todo, también una actividad de este tipo, se acomoda y se explica desde unas estructuras económicas que no son demasiado distintas -acaso un poco más amables- que las que se ejercitan en un banco a diario.

El regreso tuvo de nuevo estación de parada en Ávila, para ver otro ratito a Sara, a Miguel Ángel y a Merce y su madre. Otro ratito de achuchones y de carantoñas.

Cuando el sol se despedía en el horizonte y llenaba las nubes de unos tonos rojizos maravillosos, atravesaba las llanuras de Piedrahíta y me acercaba con rapidez hasta estas montañas de Béjar. Debería haber parado para contemplar el espectáculo natural que se nos ofrecía. Jamás un pintor podrá ni siquiera aproximarse a reproducir el espectáculo del sol y de las nubes. Cualquier creador que hubiera contemplado esos colores habría decidido pasar unos añitos en silencio. Tal vez cualquier poeta debería hacer lo mismo.

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