viernes, 25 de junio de 2010

AYER Y HOY

Aproveché ayer el día para cumplir obligaciones en Salamanca. Eso me impidió acudir a otros lugares: Ni se puede estar en todos los sitios ni ayer precisamente me apetecía lo mismo estar en un sitio que en otro.

Me marché pronto y comencé mis tareas con un reconocimiento médico general en un lugar al que he acudido en los dos últimos años. Nada especial pero un repaso a los indicadores más generales no viene mal.

Acudí después hasta la Delegación de Educación a completar burocracia para el asunto de la jubilación. Constancia, de nuevo, de lo que ya está siendo a chorros cada día. Creo que me falta un formulario y después… a correr y a otra cosa. Alguna reflexión ante la ventanilla y con Antonio López, el tipo que más sabe en la provincia de estos asuntos. Él mismo me empujó a acudir a la Delegación de Hacienda para aclarar algunas precisiones. Allí me encontré con una señora que me atendió amablemente; para ello dejó encima de la mesa un libro que, sin ningún pudor y a la vista del público, estaba leyendo. Siempre he pensado que queda demasiado que mejorar en el asunto de la productividad.

Me quedó tiempo para pasear a la orilla del Tormes y para sentarme a leer en unos bancos que se acogen a la sombra de los árboles. Qué sensación tan agradable aquella de volver a recordar viejos tiempos allí mismo, al lado del agua, que se remansa y que parece mirarse en las ramas y en las hojas de los árboles. De fondo, los coches pasaban por el puente alineados y lentos, como mirando también al agua.

La vida presenta en ocasiones casualidades que se prestan a ser interpretadas de maneras extrañas. A la vuelta al centro de la ciudad para irme a comer con mi hermana, me topé, casi como por casualidad, con un edificio que me trasladó a otra época, y que, en un momento en el que mi actividad fuera de la universidad estaba en pruebas, me sirvió de refugio para pensar y para darme ánimos. Volví a refugiarme en él por unos minutos. Y volví a recordar. Y a comparar las situaciones, aquella y esta, ambas al comienzo de una etapa nueva en mi vida. El resto me lo guardo para mí. Todo fue de repente, sin buscar nada, como cuando una imagen te sale al encuentro y te hace frente para pedirte que fijes tu mirara en ella. Siempre había estado ahí, pero, a veces, las cosas están sin ser percibidas. La experiencia fue singular y sorprendente.

Comí con mi hermana y con mi sobrino, huyendo de los calores y al fresquito de la conversación, de la confianza y del amor entre familiares.

A media tarde, me acerqué a recoger las notas de selectividad de los alumnos de mi centro. Resultados muy satisfactorios: solo un alumno suspenso de treinta y seis; y eso por la situación de repetición con asignaturas sueltas. Se confirma para mí de nuevo el escaso valor que tiene esta prueba. Sin embargo, los perfiles de notas no presentan un cuadro demasiado brillante en general: hay demasiados alumnos “pegados” al aprobado y en un arco que se mueve no en la brillantez sino en la eficacia del aprobado.

Me habían invitado a otro lugar en Salamanca para festejar otra vez esto de la jubilación. La tarde amenazaba tormenta y no me animé a ir. Pido disculpas por ello. Como no iba a estar yo solo, otros suplieron mi falta. Gracias de todos modos.

Cuando esta mañana he vuelto al centro para dejar las notas a los estudiantes, me encuentro con otra sorpresa muy agradable de parte de los alumnos: otro grupo había llevado para mí en el día de ayer un par de regalos. No reproduzco el contenido de los mismos porque me da pudor. Pero sí quiero darles mis emocionadas gracias y mi deseo de que ellos y ellas sean también muy felices en sus vidas. Otro ratito de emoción al leer sus palabras. Gracias.

Y hoy mi nieta Sara viene a verme. “Hoy la tierra y los cielos me sonríen,(…) ¡hoy creo en Dios!”

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Casualmente, hice ese recorrido hace poco... en un día soleado esperando un documento del Registro de la Propiedad que hay cerca, y me senté en esos mismos bancos, llenandome de recuerdos, la vera de los rios es un refugio perfecto para los seres románticos.