miércoles, 9 de junio de 2010

HUELGA DE FUNCIONARIOS

Hasta el día de hoy y desde hace varios decenios, soy funcionario de carrera en la Administración del Estado. Ayer no hice huelga aunque pertenezco a un sindicato. De clase, por supuesto; no quiero saber casi nada de los corporativos: para eso ya existen los grupos de poder, las patronales y el egoísmo en cada individuo. La causalidad es siempre múltiple, o sea, que hay muy diversas razones para explicar esa postura: más simplemente que el número de aquellas que me habrían empujado a hacer un día de huelga.

Pero eso ahora importa poco porque afecta sobre todo a mi conciencia, y esta está, dentro de mi duda casi metódica, tranquila. Lo que tiene alcance es la repercusión que este hecho pueda tener en los meses siguientes.

Me desconciertan las interpretaciones que escucho y que leo del desarrollo de la misma. Dejaré anotadas algunas de mis impresiones:

a)Negar que, en términos numéricos, la huelga de funcionarios públicos ha sido un fracaso es no querer reconocer la realidad. Ensañarse en ello como hace la derecha, ya no sé si extrema, medio pensionista o simplemente amoral y sin más ideales que la cuenta de resultados de sus medios de comunicación correspondientes es sencillamente un acto vil y asqueroso.

b)Hacer traslado de los resultados de esta huelga al poder de los sindicatos de clase en términos numéricos también me parece una equivocación, cuando no una trampa de nuevo interesada. De otra manera: estoy seguro de que los sindicatos de clase tienen mucho más poder de decisión y mucha más influencia que la que pueden haber demostrado en el día de ayer.

c)Los sindicatos de clase (a los otros no quiero ni nombrarlos) tienen que tentarse las ropas antes de convocar una huelga general. Estoy seguro de que ellos sabrán analizar los hechos y situar los principios en los contextos en los que nos movemos en estos momentos. La huelga general, en estos momentos, o se plantea para provocar un cambio de sistema social y político con todas las consecuencias -algo difícilmente imaginable- o no creo que contribuya a otra cosa que a empobrecer al país.

d)Nada de esto quiere decir que el escaso apoyo al paro de ayer quite la razón teórica a los sindicatos ni que el Gobierno se tenga que sentir por ello con más fuerza ni con más razón. El enfado social existe y se manifiesta de muchas maneras, no solo en las manifestaciones. Mucho se equivocaría el Gobierno si sacara pecho.

e)El ejecutivo tendría que explicar -si es que se puede o quiere hacerlo- que estas medidas que ha tomado son coyunturales y obligadas por una situación excepcional. No tiene los medios -estos los tienen siempre las empresas, o sea, los accionistas, o sea, la derecha- pero tiene que realizar el esfuerzo añadido de hacer llegar a los ciudadanos la realidad cruda del estado de cosas. Para ello tiene que contar con personas ejemplares en su vida, en sus prebendas, en su capacidad teórica y en sus actividades públicas. No siempre es posible encontrar loes mejores ejemplos para ello: a veces hay convocatorias que no son las más edificantes.

f)Ahora, más que nunca, echo en falta a aquellas personas que se visten con alguna prenda ideológica de abrigo y que no responden solo al aire que más sopla.

g)Tampoco ahora se debería tratar de ningún pulso de poder, ni de vencedores y vencidos (eso solo vuelve a ser carne mórbida para medios de comunicación y para grupos de poder con intereses y no con ideales) sino de verdades y de mentiras, de bondades y de maldades, de beneficios sociales y de justicia distributiva.

h)Hay muchas cosas que repensar. La más importante, según pienso, es la de repensar el propio sistema como tal. Si no es para cambiarlo, por falta de posibilidades, al menos para exhibir sus contradicciones y sus miserias, que nos traen como nos traen. Y, si hay que morir políticamente en el intento de explicarlo, pues se muere y se queda uno más ancho que largo. Salvo que aún sigan primando más los intereses y las vanidades particulares.

Veremos.