domingo, 27 de junio de 2010

LA ENÉSIMA SALIDA

Pues que entre calores y tormentas, centros de estudios bejaranos y mercados de otros tiempos semivacíos, atenciones y cuidados a mi nieta Sara, se me ha ido este fin de semana último de junio y primero del verano.

Cada vez que viene Sara se produce en mí un alegrón, y un ratito de morriña y de desconsuelo cuando se marcha. Esta vez lo ha hecho con el horizonte de vuelta ahí mismo, a la vuelta de la esquina, y con planes de mayor duración. Puede ser un mes de julio fantástico.

Y, en medio de todo ello, algo azaroso ha sucedido que me ha vuelto a liar en aquello en lo que yo me dejo enmadejar sin oponer resistencia. Sin ninguna intención premeditada, ha vuelto a caer en mis manos el Quijote. Lo he abierto y he caído en la tentación. Mi predisposición es tan favorable, que creo que eso me impide planificar la lectura de este texto irrepetible. Se entiende irrepetible para mí, por supuesto.

Alguna vez he dicho que los libros tal vez siempre se lean como si fuera la primera vez: sigo pensando que cada vez aparecen detalles e interpretaciones nuevas. Como la trama general, a pesar de mi memoria, no se me despinta (son ya muchas lecturas), he abierto al azar y el azar me ha llevado al final de la primera parte. El héroe viene enjaulado y necesitado de toda necesidad, también de las de tipo físico, como un manso león rendido y acobardado. Qué cruel el autor. Solo por esta invitación a la compasión y a la catarsis merecería la gloria este libro. Por si fuera poco, el autor lo hace entrar en el pueblo de esta guisa: “Al cabo de seis días llegaron a la aldea de don Quijote, adonde entraron en la mitad del día, que acertó a ser domingo, y la gente estaba toda en la plaza, por mitad de la cual atravesó el carro con don Quijote. Acudieron todos a ver lo que en el carro venía…” Allí, de hazmerreír de todo el mundo, como si todo el mundo tuviera rienda suelta para soltar su risa y su desprecio. Las generaciones jóvenes no saben lo que significaba un domingo en un pueblo cualquiera. Qué escarnio, qué final, qué humillación, qué pedazo de cabrón este Cervantes para su antihéroe.

Por esto y por un millón de razones más será siempre mi héroe, mi ejemplo, mi guía, mi mentor.

Pero, cuando el corazón es grande y la ilusión mayor, nada puede con ellos. Y la mies es tanta… Por eso no hay treta que valga y, en cuanto el antihéroe se halla mínimamente restablecido, al amparo de las tretas de Sansón Carrasco, de los egoísmos sabrosísimos de Sancho y de las precisiones de todo tipo exigidas por don Quijote, el dúo aventurero se precipita y se marcha a correr nuevas aventuras, seguros ya de la inmortalidad de sus primeras correrías y de la utilidad de las mismas.

Yo doy por perdonados los desajustes evidentes que en la primera parte se hallan, doy por redimidos a los héroes y a sus creadores y me pongo en espera de sacar un billete que me permita seguirlos a distancia en sus nuevas ilusiones. No querría esta vez seguirlos en todo el camino aunque no sé si lo voy a lograr. De momento, ya los he visto y los he seguido en toda la preparación. No me he perdido ningún detalle. Y los tengo preparados para esa nueva salida, vencido ya el séptimo capítulo. Ya daré cuenta del viaje.

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