lunes, 28 de junio de 2010

LA INVENCIÓN DE LA REALIDAD

En pocas ocasiones nos ofrece la literatura un ejemplo más glorioso de dualidad y de percepción desequilibrada como lo hace con don Quijote en el momento glorioso en el que se dirige a dar vista a Dulcinea, “para tomar bendición y licencia”, como paso previo a la cadena de aventuras que después se van a suceder. Su escudero no la ha visto jamás y, para salir del paso, se ha inventado una figura aldeana y contrahecha, fea y maloliente. El caballero, que solo toca de oídas, ha idealizado una figura que rebasa todo estado de perfección.

A medida que se acercan, al escudero le salen sarpullidos pues no ve la forma de salir de ese atolladero. Primero duda y se resiste a inventar la realidad que él sabe inexistente. Se inventa pegas, acude a reconvenciones, señala peligros, propone imágenes de sentido común y hasta consigue salirse con el caballero a la floresta para seguir dándole a la imaginación. Pero esa duda se convierte en necesidad y decide provocar una huida hacia adelante: con el escape de los encantamientos lo tiene un poco más fácil.

Aparece entonces un ejemplo de soliloquio dialogado insuperable por parte de Sancho cuando no tiene otra salida que separarse de don Quijote y hacer el teatrillo de ir hacia el Toboso en busca de Dulcinea:

“-Sepamos ahora, Sancho hermano, adónde va vuestra merced. ¿Va a buscar algún jumento que se le haya perdido? –No, por cierto. –Pues ¿qué va a buscar? –Voy a buscar, como quien no dice nada, a una princesa, y en ella al sol de la hermosura y a todo el cielo junto. -¿Y adónde pensáis hallar eso que decís, Sancho? -¿Adónde? En la gran ciudad del Toboso. –Y bien, ¿y de parte de quién la vais a buscar? –De parte del famoso caballero don Quijote de la Mancha, que desface tuertos y da de comer al que ha sed y de beber al que ha hambre. –Todo esto está muy bien. ¿Y sabéis su casa, Sancho? –Mi amo dice que han de ser unos reales palacios o unos soberbios alcázares. -¿Y habeisla visto algún día por ventura? –Ni yo ni mi amo la habemos visto jamás (…) –No os fiéis en eso, Sancho, que la gente manchega es tan colérica como honrada y no consiente cosquillas de nadie. Vive Dios que si os huele, que os mando mala ventura. -¡Oxte, puto! ¡Allá darás, rayo! ¡No, sino ándeme yo buscando tres pies al gato por el gusto ajeno! Y más, que así será buscar a Dulcinea por el Toboso como a Marica por Ravena o al bachiller en Salamanca. ¡El diablo, el diablo me ha metido en esto, que otro no!

Efectivamente, quién le mandaría a él meterse en este fregado. Cómo me recuerda este soliloquio a aquellos que algún personaje de mi pueblo mantenía consigo mismo antes de arrancarse para ir hasta otro pueblo a buscar diariamente alguna medicina.

Y hete aquí que la suerte se alió con él en el asunto de las labradoras montadas en sus hacaneas, o ananeas sanchunas. De repente, todo se transformó y lo que la suerte le concedió él lo transformó en otra realidad que no convenció ni a don Quijote. De tal modo que aquella aldeana elegida de entre las tres fue reconocida por el caballero de esta manera: “Y como no descubría en ella sino una moza aldeana, y no de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata.”

Solo su nobleza caballeresca y el escape del encantamiento lo someten a una realidad que ni en sueños puede comprender: “...ya que el maligno encantador me persigue y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos, y para solo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre, si ya también el mío lo ha cambiado en el de algún vestiglo, para hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de mirarme blanda y amorosamente, echando de ver en esta sumisión y arrodillamiento que a tu contrahecha hermosura hago la humildad con que mi alma te adora.”

Si se puede superar esta deformación de la realidad, ¿qué dificultad se podrá resistir en adelante?

Parece perdonable la aplicación de estas deformidades en el campo del amor. Me llama a voces la imagen de este mismo asunto aplicado a otros mundos. Por ejemplo al de la economía. ¿Es bueno camuflar la realidad? ¿Resulta negativo exagerar en sentido negativo? ¿No es bueno presentar una realidad cargada de fuerza positiva para insuflar ánimos?

De momento, vamos a dejar que el caballero se asenderee con su escudero y veamos qué procede en cada caso.

N.B. Para aclaración testimonial, la expresión “con la iglesia hemos topado” se toma de estas andanzas. La expresión exacta es esta: “Con la iglesia hemos dado, Sancho” (Cap. IX). Responde al hecho real de que la sombra de la iglesia del Toboso -era de noche- les había conducido físicamente hasta las paredes del propio edificio. Esto no evita el sentido de poder casi infinito que se le concede a la Iglesia como institución cuando utilizamos el dicho nosotros. Yo al menos no se lo retiro.

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