He salido de casa con un poco de prisa. Antes había escuchado una tertulia en la que una gran camiseta y una bandera cubría una enorme mesa. No se habló durante un buen rato de otra cosa que no fuera el partido de la selección española de fútbol. Era la cadena que tiene los derechos y tenía que explotar todas las emociones habidas y por haber. Cuentan los anuncios y la cuenta de resultados explica todo. Los principios explicados por Marx se cumplen con extraordinaria precisión: toda la Historia se ajusta a unidades económicas. Con ese molde se explica demasiado bien todo. Lo malo es que hay que disfrazarlo de otros símbolos porque así, a palo seco, no lo aguanta ni el más imbécil del lugar.
El caso es que salí de casa a eso de las cuatro y cuarto de la tarde. Aún me quedaba tarea en ese asunto de la selectividad. No vi más que a tres personas masculinas en un trayecto de unos quinientos metros. Apenas el ruido de algún coche despistado me sacaba del aislamiento. La gente tenía que estar en el ritual del partido de fútbol.
Hasta los alumnos que tenían que acudir al examen desistieron de hacerlo (no tenían obligación: era voluntario en esa asignatura). Pronto abandoné yo también la sede y me volví a casa. Llegué a tiempo para ver una media hora del segundo tiempo.
Y se produjo la catástrofe. Aquello que era pan comido se tornó en atragantamiento; lo que era ambiente favorable se cambió en dudas, y lo que era victoria segura se convirtió en derrota. Vaya por Dios. ¿Y ahora qué? ¿Ya es mentira todo lo anterior?
Me gusta ver los partidos de fútbol, sobre todo los que juegan algunos equipos, pero me empieza a hartar tanto morbo y tanta expectación ante lo que no es más que un juego. ¿De verdad que no hay otras cosas más importantes en la vida? Pero para que uno gane, ¿no es necesario que otro pierda? ¿Pero no pierden al final todos menos el que gana el campeonato? A mí esto me parece tan elemental que no puedo concebir cómo se pierde la cabeza común de esta manera. Será que ando equivocado y soy un ser que no llega a la normalidad. Estoy lleno de complejos. Sigo pensando que, cuanto más se sobrepasan los límites de la normalidad, más se provocan las reacciones contrarias. Por lo menos en mí. He llegado a desear que España pierda cuanto antes y por goleada para que acabe tanto cuento y tanta irrealidad. Me parece que todo esto desfigura lo cotidiano y lo sensato, y lo convierte todo en humo y en fantasía.
No voy a renegar de los símbolos, y menos de aquellos poquitos que nos unen, o al menos que no nos separan, pero de lo sublime a lo ridículo hay una línea divisoria muy delgada, y me parece que la sobrepasamos con demasiada frecuencia.
Y a esta irrealidad contribuimos todos, aunque unos más que otros. Como casi siempre, mi as de bastos va para los medios de comunicación, que obligan al país a dar un perfil de medio tontos y que crean una escala de valores que atonta y que no deja tiempo para pensar un poco en serio.
También de esto le echarán la culpa al Gobierno, porque lo hemos convertido en el pararrayos de cualquier amago de tormenta. Y seguiremos hinchando al zombi y sobreviviendo en la irrealidad. Mientras tanto, que siga la rueda y sálvese el que pueda.
No seleccionar las ilusiones y darles un poco de perspectiva es tan tonto como no intentar perder algún día la cabeza por algo. Los terroristas son muestra de gentes que pierden hasta su vida cargados de ilusión y de heroísmo. Me río yo de ilusiones de esa especie. Las cruzadas de todo tipo también se hacen en ambientes de soflama.
A la porra con esas soflamas y con esos encantamientos.
miércoles, 16 de junio de 2010
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