lunes, 21 de junio de 2010

OTRO RATITO PARA RECORDAR

Tal vez no debería dedicar demasiadas líneas a estas pequeñas cosas que solo me afectan a mí y que, seguramente, en cuanto amplían su perímetro, pierden intensidad y acaso hasta valor. Pero ¿qué otra cosa es una ventana como esta sino el desnudarse un poco de su conductor? Además, en el futuro, quiero reconocerme en estas pequeñas incidencias y tal vez vanidades.

El caso es que les entregué esta mañana la carta a mis alumnos. La cosa fue más o menos así. Habíamos trabajado un escrito de resumen del año y de despedida que pasaría de forma aleatoria a otro alumno. Era un último ejercicio escrito y la última reflexión. Quedaban como quince minutos cuando terminamos el ejercicio.
Entonces les repartí mi carta y les pedí que la leyeran en silencio. Primero vi caras de curiosidad. En cuanto pasaron los primeros segundos (tal vez habrían leído el primer párrafo), observé alguna cara despistada que miraba con cara de extrañeza para sus compañeros. Pero, de pronto, se produjo un intensísimo silencio que duró varios minutos. Yo miraba a mis alumnos y los veía sin pestañear. Poco a poco me retiré hacia la parte de atrás del aula. El silencio cada vez era más denso.

Cuando consideré que habían tenido tiempo para leer con calma las líneas que les había escrito, les dije simplemente: “Pues eso es todo”. Y, sin saber cómo ni de dónde, estalló un aplauso que se convirtió en un clamor de todos ellos. Menos mal que estaba en la parte de atrás del aula. Pero yo soy muy débil, y entonces… Pues eso. Qué le voy a hacer. No me importa ser tan endeble, sobre todo porque sé que no tengo remedio.

Durante la lectura silenciosa vi cómo se escurría alguna lágrima entre mis alumnos. Después de terminar todo, vi bastantes más.

Con esa sensación tan extraña terminé mi clase y les dije adiós.

Tenía una segunda sesión con otro grupo. Alguien les tuvo que avisar porque estos me la jugaron del todo. Fue llegar al aula y encontrarme con otro recibimiento caluroso y lleno de aplausos. La operación se repitió en buena parte.

Eran mis últimas entradas al aula como profesor regular. Mientras escribían mis alumnos, paseaba la vista por los espacios físicos que me acogían y que me habían acogido durante tantos años: las aulas, el palacio, las laderas del monte, la sierra, el río en lo más hondo del valle… Y las cigüeñas, esas aves que cada año me marcaban parte del calendario.

Ya no hay más formatos de clases regulares. Solo quedan asuntos burocráticos y notas, o sea, eso que tanto me desagrada y de lo que he huido desde siempre.

Me marché del centro a media mañana, solitario, por las calles de Béjar, como un alma en pena, rumiando demasiadas cosas. A mi lado pasaba gente que andaba en sus asuntos, sin saber nada de lo que yo llevaba a cuestas.

Y aproveché para realizar un primer experimento. Con mi E-book en la mano, mi PAPYRE, me fui hasta el Parque para pasear. A ver qué pasaba. Al fin y al cabo, casi estrenaba condición de liberado del empleo. Di un par de vueltas al recinto y me senté a leer. Me acompañaba una brisilla un poco molesta, la que impide que el verano se asiente entre nosotros. Tal vez es que no quiere que me aposente todavía entre sus árboles y al lado de su césped y de su agua.

Me volví a mi terraza, a mi esquina particular, a mi pequeño reino escondido. Miré a la sierra y los piornos aún me indicaban que el verano anda perezoso: la floración no ha llegado hasta lo alto de la montaña, y ese es el mejor termómetro que conozco.

Pero ya lo espero para ir acomodando todas estas nuevas sensaciones.

1 comentario:

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, profesor Gutiérrez Turrión:

¡Qué bien lo ha contado!.

- Y la emoción ¡qué difícil es querer disimularla, a veces!.
Sin embargo, es lo que nos diferencia de las piedras. Aunque, las más evolucionadas de ellas, también presentan grietas, como surcos de lágrimas.

No le imagino sin dar clase.

Saludos. Gelu

P.D.: ¡Ah!, y dos APLAUSOS: uno para usted, y otro para los alumnos.