Cómo está el patio. Y más que se va a poner. Salgo al ruedo de la res publica con cuentagotas, pero no porque no me arañe lo público sino por cansancio y por evidencia de lo poquito que uno puede hacer salvo en los lugares más próximos. Y otras veces -aviso a navegantes- para no entrar al trapo de sandeces y para no crear el enredo de alguna madeja que acaso después tuviera o tuviese un desenredo complicado. Mis huidas a otros parajes no significan el olvido sino acaso el refugio, y a buen entendedor…
El caso es que todos tenemos la tentación de echar nuestro cuarto a espadas y de plantear posibles soluciones a cualquier situación dificultosa en la que nos encontremos. Me parece que no solo tenemos la tentación de hacerlo sino que también deberíamos tener la obligación, de modo que no seré yo quien critique, sino quien aplauda, los esfuerzos que cualquiera, desde la buena voluntad y buscando el bien común, quiera presentar. He dicho, claro, desde la buena voluntad y buscando el bien común.
Pero creo que existen algunas condiciones para que las aportaciones tengan consistencia. Una esencial es la de separar las informaciones de las opiniones: cuando se trabaja con datos falsos, toda argumentación se viene abajo, todo se subvierte. Por ejemplo, conviene trabajar con los datos exactos en lo que a los sueldos de los representantes públicos se refiere. La variedad es tan grande y la dedicación tan desigual, que se corre el peligro de generalizar y de ser absolutamente injustos. Un caso: En esta ciudad de Béjar no existe ningún edil con dedicación exclusiva. Pienso, por extraño que esto pueda parecer ahora y en esta situación, que eso no tiene sentido y que, por un prurito de sensibilidad social mal entendida, el funcionamiento se resiente y resulta peor el remedio que la enfermedad. ¿Alguien conoce alguna fábrica de doscientos empleados sin ningún encargado con dedicación exclusiva? Pues eso.
Un elemento más. Hasta los peores representantes públicos miran un poquito por el interés general. No conozco, en cambio, ningún empleado particular que no tenga como prioridad principal su propio beneficio; yo mismo procuro mis beneficios personales (horarios, salarios, pequeñas prebendas…) en mi trabajo antes que los colectivos y generales. O al menos tengo esa tentación cada día.
Son solo dos ejemplos de los miles que se podían aportar. Pero con estos tópicos nos suelen callar la boca y hasta el pensamiento. Con estos y con otros similares. A ver si sirve el siguiente ejemplo. El reciente decreto de bajada de sueldos ha dado pie a la oposición para entrar a destajo en si es buena o mala la decisión y en si esto arreglará o no la siniestra crisis. Como si esto fuera todo. Si levantáramos un poco la vista, seguramente observaríamos que el déficit se ha generado desde muy diversos capítulos. ¿Nadie ha echado cuentas de los miles de millones que se nos han ido en construcciones públicas? Sin duda, muchos más que en sueldos a funcionarios.
¿A que nadie ha dicho nada de eso? ¿Y qué han hecho todos los partidos sin excepción? Unos programar y programar, prometer y prometer; otros exigir y exigir, reclamar y reclamar más, muchas más inversiones que las prometidas. Si el partido gobernante prometía alegremente cien kilómetros de autovía, el partido de la oposición reclamaba doscientos. ¿Quién considera ahora ese asunto y a quién tenemos que cargar los desajustes? ¿Y quién exigía no cien ni doscientos sino trescientos? Todos nosotros, todos.
¿Por qué hemos de seguir viendo tormentas en vasos de agua y perdiendo el tiempo en la concreción de galgos o podencos? ¿Qué parte de culpa o de acierto tienen en ello los medios de comunicación y sus negocios? ¿Informan, forman o sencillamente hacen negocio a costa de calentar la opinión pública a su favor?
Seguiremos pidiendo representantes públicos con mirada alta, con sentido común, con narices para cantar las cuarenta dentro de sus propias formaciones, con agallas para articular una ideología desde la que actuar y concretar medidas y actuaciones, con serenidad para expulsar de las formaciones a los arribistas, “hombres de partido” y camuflados al amparo de un puestito y de unos euros y unas vanidades personales, con cojones para cuestionarse el propio sistema y no para perder el culo para ver la forma de apuntalarlo, con amplitud para dar aire fresco y democracia interna y no para dejar que ruede todo solo con el poder de la inercia y con las formalidades de siempre, con ansias de ayuda pero no de salvadores de nada, con la humildad del que sabe que su situación pública es temporal y con el convencimiento de que muchos otros podrían ejercer esa representación con la misma o mayor dignidad…, incluso con un poquito de educación y de serenidad a la hora del debate y de la confrontación de ideas, si es que las hay.
Quizás sea mucho pedir. Tal vez nuestros representantes públicos no cumplan demasiado bien su cometido. Seguramente falte talla moral y de pensamiento. Es posible que casi todo el mundo ande al día a día y se olvide del mañana. Todo es posible, incluso que todo sea peor que lo que aquí se esquematiza.
Pero, por favor, vamos a darle consistencia al asunto, pensando en el bosque y no en el arbolito, que nos ciega por estar ahí al lado o porque nos lo ponen como reclamo para que el bosque siga como siempre.
Sigo pensando, para mi desgracia, que lo que hay que repensar es el sistema, no los parches que aspiran solo a cimentar mejor el modelo en el que estamos enfangados. Es un paquidermo colosal eso del sistema, pero, sin mirarlo de frente, me parece que tenemos la guerra perdida, aunque ganemos alguna batalla. Y si de esa revisión no sale alguna forma más social y menos particular y egoísta, conmigo que no cuenten.
lunes, 31 de mayo de 2010
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