lunes, 17 de mayo de 2010

COMO SÍNTOMA

Como la situación sigue igual o acaso con síntomas de mayor gravedad, vuelvo a manifestarme, aunque creo que ya lo he hecho en alguna otra ocasión.

La baja primavera coincide con el final de casi todos los campeonatos deportivos que se organizan a lo largo del año. Tal vez por eso la gente anda algo más alterada de lo normal y vienen a manifestarse expresiones y sentimientos que retratan, según mi opinión, bastante bien el estado en el que se halla una comunidad. Tal es, y por excelencia, el caso del fútbol.

Que gane la liga el equipo A o B no me preocupa demasiado si todo se mueve en unos parámetros razonables.

Que el campeonato lo haya ganado el equipo que mejor fútbol ha realizado me parece de justicia y ayuda a compadecerse algo con el deporte.

Que desde los distintos equipos se pueden extraer consecuencias de tipo económico y social parece también algo que se debería producir. Esos esfuerzos millonarios no parece que sean lo definitivo, por suerte, en esto del deporte.

Que esto sirva para enfrentar a media comunidad contra la otra media me parece propio de imbéciles y de gente que no alcanza la normalidad racional, o sea, propio de subnormales (no entro en el grado para no dibujar un panorama más negro).

Que la alegría de uno solo sea tal cuando se humilla al contrario no obedece a criterios mejores que los enunciados en el apartado anterior.

Que esto suceda en todo el universo mundo no atenúa en lo más mínimo el juicio anterior (mal de muchos ha sido siempre en mi pueblo consuelo de tontos).

Que el deporte (el fútbol aún más) sirva para dividir comunidades también en niveles sociales, territoriales y políticos resulta de traca, intensifica la imagen en negro anterior y dibuja una sociedad con muy difícil remedio.

Que haya gente que se ilusione por unos colores desde los que a cada paso se la excluye y se la trata como invasora y como dominadora imperialista es algo que no logro entender por más que lo intente.

Que miles y miles de personas se gasten lo que no tienen, ni en tiempo ni en dinero, en seguir y perseguir a un equipo de privilegiados no sé cómo encajarlo en ningún esquema racional.

Que algunos equipos se tilden de representantes de pobres cuando sus jugadores ganan lo que no está en los escritos me parece sencillamente una burla o un argumento propio de analfabetos, o sea, ningún argumento.

Que desde los circos clásicos de hace dos mil años a los modernos estadios no hemos adelantado mucho me parece diáfano.

Que el ser humano necesita encauzar una tensión y un desahogo social también me resulta evidente.

Que la sociedad premia de manera escandalosa esta vía de escape en forma de reconocimientos, subvenciones, representaciones, influencias y todo tipo de dádivas no hace falta que lo recuerde.

Que una sociedad que bebe los vientos ante tales injusticias está enferma no necesita ni diagnóstico ni pronóstico.

Que necesitamos otras formas y otras escalas de valores se me aparece como algo tan verdadero como que en verano suele hacer calor y en invierno frío.

Que se podían ir todos a tomar el fresco y dejarme en paz es algo que me pide el cuerpo y que me exige la razón.

Que, si estos tienen que ser los que me representen, lo voy a llevar claro de toda claridad.

Que este es un campo en el que los representantes públicos más se prestan a hacer el ridículo, y lo hacen con la risa puesta de oreja a oreja.

Que ya le haya dedicado demasiado tiempo a esta consideración me resulta molesto pero diáfano. Menos mal que me interesa como síntoma, no como hecho concreto.

No hay comentarios: