Escucho de fondo música ortodoxa. Es un disco que me regaló mi amigo Antonio y que escucho con frecuencia. Le sigo dando vueltas al pensamiento renacentista mientras tanto. ¿Serviría esta música para aquellos ideales. Sí pero menos. Vamos a ver.
Los filósofos del Renacimiento trajeron a sus mentes mucha menos preocupación por la muerte y muchísima más por la vida. Alcanzado el protagonismo y acaparado por ellos mismos, descubierta la presencia del universo y de ellos mismos, bien como dueños o bien como iguales y partícipes de esa naturaleza, todo estaba ya dispuesto para mirarse, para contemplarse, para estudiarse, para descubrirse.
Y apareció la vida mundana y apareció el descubrimiento del propio cuerpo. Aquel ideal medieval de apartamiento y de gozo en la soledad del monasterio con la vida ascética se sustituye por la sabrosidad de las pasiones y del placer. De este modo, toda aquella separación rigurosa entre la carne y el espíritu, tan medieval, aquella dependencia de Dios y de sus designios, aquel abandonarse en el valle de lágrimas, aquella renuncia del mundo, se transforma en búsqueda de goce y de placer del mundo y de la propia persona.
Porque la naturaleza y el ser humano son ora de Dios y, por tanto, obras buenas, dignas de ser conocidas, de ser desarrolladas y de ser gozadas. Por eso se ensalza el amor humano y todo lo que acarrea de descendencia y de sociabilidad. La sociedad depende sobre todo de sus propios miembros y cuidarlos es exigencia de todo ser consciente y sabio. Quizás los pensadores renacentistas fueron los primeros que se preocuparon de la importancia de la demografía.
Pero es que, además, el amor se identificó con la belleza, se entendió como expresión de belleza y esta belleza natural se convirtió en ideal. Por ello ese desarrollo tan importante en todas las artes. Un caso evidente es el de la pintura, en la que las figuras humanas alcanzan el protagonismo que les faltaba y en las que la naturaleza se ensalza y se venera. No es ahora el momento del arte de las figuras religiosas sino sobre todo de las figuras humanas.
Como expresión casi única del ser humano, se manifiesta la forma de aprehender las cosas a través de la palabra. La consecuencia es el desarrollo extraordinario del lenguaje en sus formas clásicas y vernáculas y la multiplicidad de los temas que se tratan, siempre pensando en el hombre como protagonista.
¿Se puede hablar, en estas circunstancias apuntadas, de inexistencia de Dios, de ateísmo en esa época? Definitivamente no. El último principio, el hacedor primero seguía en la cúspide y no había negaciones absolutas. No hubo ateísmo teórico. No está tan claro que no existiera ateísmo práctico, pero podemos inclinarnos a pensar que tampoco. Las condiciones no lo permitían pues el poder eclesiástico seguía siendo extraordinario y su relación con el poder civil también. La naturaleza y el ser humano no eran más que la continuación de Dios, su obra fantástica. Más cerca tal vez del panteísmo que del ateísmo.
Si se relaja y hasta, en alguna medida, desaparece el sentido del pecado, de ese pecado original que tenía lastrados a los medievales y que los hacía pender de un hilo cada día y cada hora, temerosos de Dios y del infierno. El dios negativo, el demonio, se recluye en los infiernos y el renacentista se sumerge en la alegría y en el placer, y, sobre todo, en la curiosidad y en la sorpresa infinitas del descubrimiento del universo y de sí mismo como valores esenciales. Hay incluso muestras de ensalzamiento de Adán y Eva como personajes que, a pesar de sus pecados, fueron la causa de la feliz existencia del género humano.
Y aquel ideal de belleza ensalzado en el Medievo se torna en ensalzamiento de la riqueza y de los valores y comodidades que comporta. Así se expresaba A. Nifo: “La verdadera libertad implica la riqueza. Si, en efecto, la recta razón demuestra que se deben poseer riquezas y nosotros las poseemos según sus dictámenes y no según el impulso de la pasión, podremos disfrutar de la verdadera libertad incluso en medio de ellas. La razón nos indica que no se deben amar por sí mismas, sino como medios para obtener lo que debe ser amado por sí mismo. Puede, pues, un hombre rico tener una vida verdaderamente libre”.
Parece todo un jardín de flores y no fue en realidad todo así. Esta fueron algunas notas de aquellos pensadores más innovadores. A su lado, y con muchísimo poder, se mantenía los que defendían una línea de ideal mucho más espiritualista, dispuesta a hacerle frente y a destruir esas nuevas fuerzas que tímidamente se abrían paso (Savonarola quizás sea el mejor ejemplo). Los ideales de ascetismo, de pobreza, de dependencia espiritual, de anuncio de catástrofes, de amenazas continuas con penas espirituales y eternas se seguían alzando en los púlpitos y en las plazas. Tan poderosas eran que, para poner orden y situar a cada uno en su puesto, promovieron todo aquello que significaron la Reforma, Trento y la Contrarreforma.
De nuevo la Historia se seguía escribiendo con paso vacilante y tembloroso, con pagos abusivos y dejando por el camino demasiadas fuerzas. Hasta el punto de que el Renacimiento, en buena medida, es una época de esplendor pero también de intenso dramatismo. Los personajes principales vivieron al borde del precipicio, con la alucinación de verse dueños de todo y con el peligro de las fuerzas integrista y del propio abismo racional. Era mucho lo que se les echaba encima y además había demasiada gente que no estaba dispuesta a dejar fluir tanto placer.
Sigo con mi música. Me vale como fondo de contemplación del universo, menos como elemento de acción. ¿Cuál es mejor conocimiento, el de la acción o el de la contemplación? Para otro día.
domingo, 2 de mayo de 2010
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