sábado, 29 de mayo de 2010

SI VAS DESPACIO...

Me eché a la calle pronto. Es un sábado lento y fugitivo, el último de mayo. Hoy voy solo, sin nadie, al encuentro del agua. De vez en cuando paseo por la orilla de nuestro río, de ese río con nombre estrafalario tan hermoso: Cuerpo de Hombre. “Qué buen nombre para un río que se agota en cien oficios.”

La calle está vacía, esa es la impresión que me da no ver a tanta gente poblando las aceras. La mañana está entera y el cielo se me ofrece todo azul.

Busco la lejanía y atravieso hasta situarme en la Calleja de Gibraherrero o Cañada de Merinas. Me doy cuenta enseguida de que el agua me ha salido al encuentro. Menuda ´palaera´ se descuelga por la regadera que enfila la calleja. Nuestra sierra rezuma toda ella agua y humedad. Estamos en mayo, aunque ya se despida, y esta primavera también ha sido generosa y fecunda en agua. Así que me acostumbro a su rumor y me dejo llevar calleja abajo. El Valle de las Huertas está todo de fiesta. Y yo con él.

Cruzo por el paseo de la Fabril y me detengo un momento. Ahora está todo arreglado con aceras nuevas y con bancos. Es este el paseo en el que cada año veo los primeros brotes de la vida en los castaños y en su sauce llorón. Pero este es, sobre todo, el paseo en el que tantas veces me sentaba con mis padres a conversar un rato y a ver pasar la vida. Me quedo con ganas de sentarme unos minutos en homenaje a ellos pero prefiero enseguida que se venga su recuerdo conmigo calleja abajo (Bajada del Túnel), recordando también aquel camino que nos llevaba hasta el Rosal en busca de las huertas.

Poco a poco, la ciudad se va quedando atrás. Hay muchas sensaciones encogidas en este valle hondo que lleva justamente a Fuentehonda y hasta el puente del río. Pero yo busco el agua y voy a ella.

Cuando aparece el puente sobre el río, casi de golpe, detrás de un recoveco, el agua y sus sonidos se me echan encima sin remedio. He venido a buscarla y ya estoy a su lado. Me paro sobre el puente y me aclimato. Desaparecen todos los sonidos ante el ruido ronco del agua que allí está encajonada y riñe consigo misma en un afán eterno por proseguir camino. Poco a poco me voy acostumbrando. He concentrado la vista en el curso del río pero ahora voy ampliando la imagen y doy cabida a todo lo que rodea al agua: las fábricas, los tubos que la encarcelan y la doman, las laderas del monte, la ciudad allí arriba encaramada, la ladera verdísima que enfrenta la montaña y se eleva hasta la Peña de la Cruz y Peña Negra y, aún más arriba, la nieve en el lomo de la loba y el cielo. Ya mi oído se ha acostumbrado al ruido sonoro del agua, que canta su canción entre las piedras.

Quiero seguir el curso, río arriba, para verla de frente, cara a cara, contemplando cómo encara su descender sin pausa. Alguien ha pretendido poner puertas al campo y ha vallado la entrada hasta el paseo que acerca hasta el río, No importa. Enseguida encuentro un atajo que salva la prohibición y me sitúo en la senda, ya al lado del agua.

Las perspectivas cambian continuamente y ahora veo el esquinazo del lienzo de la muralla, que se asoma también en todo lo alto para escuchar el son del agua. La veo lejos y supongo que suspira por la canción de espuma cuyos ecos le tienen que llegar muy tenues en estos días de eterna primavera. Por delante de la muralla, algunas grandes piedras solitarias también andan en avanzadilla asomándose al río y a sus aguas. Les gustaría bajar pero no pueden. Cualquier siglo de estos, el tiempo y su constancia les brindarán la ocasión de dejarse caer ladera abajo hasta fundir sus ansias con el agua.

La Ruta de las Fábricas ofrece muy diversos sonidos según el agua amaine en su camino o apresure su paso. Aquí abajo ha encontrado unos momentos para templar el paso y andar lenta, para ofrecer su vista cristalina, para mirar al cielo y verse guapa. Yo la sigo mirando y la oigo menos brava que cien metros abajo. Como para pararse a hablar con ella. Pero es conversación para el secreto y además esa agua es pregonera de toda la que viene río arriba. Y yo quiero sentirla en otros tonos. Voy a ella.

Río arriba, al agua está muy bien acompañada. Hay fresnos, chopos, álamos, acacias, alguna encina que en estos días va mostrando sus flores; hay cardos, amapolas, espárragos trigueros, todo tipo de arbustos y de plantas que acogen el sonido de las aguas. Y restos, muchos restos, de afanes y de esfuerzos, de sudores que quedaron sin fuerza en las laderas en otros tiempos viejos y fabriles. Por allí suena el eco de unos besos furtivos que nacieron al amparo del tronco de algún árbol, cuando la sirena de la fábrica indicaba el final del trabajo; hay sirenas que tejen entre las humedades y hay ideas y esfuerzos que siguen gritando entre las peñas que sujetan al río.

El río con sus aguas sigue sonando limpio en las pesqueras. A veces salta loco en pequeños precipicios que le han preparado las pesqueras artificiales. A veces lamen con fuerza en la caída, que se inclina suave. Otras veces se empeñan en horadar las moles formidables de las piedras y se estrellan sin tino contra las rocas del medio de la corriente. Cuando menos lo esperas, un golpe de agua se precipita desde una pared que supone el principio de una regadera o el final de una pequeña central eléctrica. A cada situación responde con un sonido limpio el agua de este río: si hace falta enfadarse, se enfada y ruge fuerte; si se la deja en calma, su sonido se torna sosegado y tranquilo.

No tengo prisa alguna y me detengo a escuchar las estrofas de esta agua, estrofas que forman un hermoso poema, no siempre muy gozoso, pero eternamente sonoro. El sol ya se desploma desde el cielo también sobre las aguas. El sol, el agua y yo mismo nos quedamos en calma por un rato. Y el agua se hace eco, se hace fragor, estrépito, silencio; y canta su salmodia lentamente o corre y se despide sin descanso.

Después vienen las fábricas, los puentes, las centrales, la ciudad colgada allí arriba, como en balcón gigante desde el que contemplar el agua y los sones del agua, que sigue sin descanso río abajo.

¿Por qué ese empeño inútil en buscar otras metas que son nada? “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar/ que es el morir.”

Hay un lugar concreto en el que la canción del agua se ha hecho dúo. Es el momento en el que se abrazan el río Ríofrío y el Cuerpo de Hombre. También allí me detengo a escuchar sus sones. Al lado hay una fábrica que ruge en sus telares. ¡Qué contraste!

Desde ese puentecillo me quedo mirando río abajo, ahora a favor de corriente. Y veo al agua que sigue en su canción eterna. Con su canción que hoy quiere ser también mi canción.

Por ese caminar prefiero imaginarte. Aún mejor que las aguas. Con las aguas cantando tu belleza, enamoradas de tu paso lento y de tus prisas. Las aguas, sus sonidos, tú con tu paso lento y yo mirando desde el puente cómo te corteja.

Me invadieron de forma inevitable las palabras del añorado Ángel González:

“Por aquí pasa un río.

Por aquí tus pisadas

fueron embelleciendo las arenas,

aclarando las aguas,

puliendo los guijarros, perdonando

a las embelesadas

azucenas…


No vas tú por el río:

es el río el que anda

detrás de ti, buscando en ti

el reflejo, mirándose en tu espalda.


Si vas de prisa, el río se apresura.

Si vas despacio, el agua se remansa.”

2 comentarios:

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, profesor Gutiérrez Turrión:

Tenía dudas en ponerle un comentario.
He comprobado que -hace más de un año- le dije que le acompañaría en silencio en sus paseos. Somos varios quienes vamos a su lado, y no queremos que pierda usted ni un solo detalle, para que luego lo escriba de la manera que lo hace; le admiramos y nos gusta lo que piensa y lo que escribe. Hasta el poema de Ángel González quería ser puesto aquí.

Mientras leía su escrito, he notado que el río estaba distinto, como juicioso, no sé qué le ocurría, pero no repetía como otros días el inquieto canto del agua. Y su paso era tan lento, a ratos, que embelesaba.

Saludos. Gelu

mojadopapel dijo...

Yo también he andado a traves de tus palabras por esos parajes que tan bonito describes.