domingo, 23 de mayo de 2010

POR SI LAS RELIGIONES QUIEREN RESPETARSE

Pero ¿cómo lograremos hacer entender que todo ese mundo religioso al menos tiene que dejar sobrevivir a los demás mundos y especialmente al mundo de la razón? ¿Cuál es el método para que a todos nos entre en la cabecita que lo que compartimos es la razón y de que la mejor forma de que puedan seguir existiendo todas las prácticas religiosas es la de establecer un sistema civil de convivencia al que se someten todas ellas y del que reciban el auxilio frente a las demás?

Mejor es no repasar la Historia para que no nos entre dolor de estómago. Miremos al futuro y procuremos todos un esfuerzo de respeto y tolerancia. Hasta donde podamos, claro. Y veremos cómo, en la práctica religiosa casi general entre nosotros, los que más ceden cada día son los del ámbito de la razón y no los que se dicen perseguidos (me gustaría saber en qué y por qué).

Acabo de ver en televisión que han vuelto a enterrar a Copérnico en Polonia. Veía presidir la ceremonia a algún obispo de esa católica nación y pensaba en los más de quinientos cincuenta años en los que no han dejado de negar sus estudios y sus esfuerzos en pro de la razón y de todos nosotros. Y encima se erigen en portaestandartes. Los perseguidos. Venga ya. ¿Se imagina alguien una manifestación el día del Corpus, en calles paralelas a las de la procesión, de un grupo de no creyentes dispuesto a explicar desde su razón el sentido de la fiesta que se esté realizando cerca de ellos? A gorrazos los corrían. Los perseguidos.

Habrá, por tanto, que caminar como se pueda (lentamente, desde luego, con mano izquierda, procurando no herir a los más estrechos), hacia una comunidad y un esquema de vida en el que quepamos todos, con las variables religiosas en el ámbito que les pertenece, es decir, en el privado, y con la garantía de un estado laico general.

¿Sobre qué premisas tendríamos que asentar ese estado? Tal vez sobre las siguientes:
Las diversas iglesias tienen que asumir que su labor secular de gestar y de interpretar una única moral ya no tiene ningún sentido. La única moral general es la moral cívica, fruto de las aportaciones y de los acuerdos de todos los conciudadanos. Esa es la mejor forma de garantizar a cada creencia su existencia y su respeto. Pero será a todas las creencias, no solo a una, sea esta mayoritaria o no.

En una sociedad abierta y racional tienen cabida todas las creencias pero con el límite de que no generen ni desigualdades ni intolerancia. No cabe la imposición sino la aceptación; en consecuencia, no caben los integrismos ni los fanatismos, pues todos ellos aspiran a imponer en los demás sus esquemas intolerantes. A una comunidad de creyentes se pertenece por deseo personal pero no cabe concebir esa participación como un deber. No se puede ser ni cristiano ni musulmán a gorrazo limpio sino por serena aceptación y por convencimiento.

Todas las religiones tienen que aprender a diferenciar entre pecado y delito. Su campo tiene que limitarse al ámbito del pecado y a los premios o condenas por esos pecados que quieran establecer. Con sus cielos y con sus infiernos se lo coman. Y que les aproveche. Un acto de pederastia, por ejemplo, puede ser tratado como pecado y seguramente reclame un perdón en el ámbito religioso; pero es para la comunidad un delito y como tal tiene que ser tratado, sin atender a la bondad o maldad que la comunidad religiosa le atribuya. Por eso yo entendería que la iglesia tendiera al perdón de los curas pederastas, pero no comprendería que el juicio no perteneciera a la comunidad civil y no fuera tratado como un delito, con castigo o con absolución según el código correspondiente aprobado en parlamento.

Es absolutamente necesario hacer entender que el dogma que acarrea toda religión tiene que ser tratado también en el ámbito solo de los fieles de esa creencia. El Estado tiene que defender y apoyar solo la enseñanza de lo verificable, de aquello que básicamente se apoya en la razón. Por ejemplo, llevar a las aulas la enseñanza de la religión como dogma y no como historia es contribuir a eliminar los fundamentos de toda sociedad racional y laica. En práctica analógica, pronto se nos llenarán las aulas de profetas de cientos de religiones, incluido el ateísmo, por supuesto, que querrán predicar sus creencias y sus dogmas. Y además los pagaremos todos, mientras los obispos, o los imanes o rabinos los nombran a su antojo y conveniencia. La fórmula más lógica parece la de retirar de las aulas la enseñanza de dogmas que afectan solo a los creyentes de una religión específica pero no a la sociedad.

Tal vez con estos cuatro preceptos de sentido común podríamos encarar la presencia de religiones y de grupos de creyentes con algo más de serenidad y de entendimiento. Y el respeto hacia las diversas religiones crecería entre todos, los creyentes y los creyentes en otras cosas.

1 comentario:

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, Don Antonio Gutiérrez Turrión:

Sentido común y respeto. Como en todo, y para todo. Y en el tema de las creencias, en creyentes, en no creyentes, en los que dudan, y en los cabezas visibles de todas las iglesias y religiones habidas y por haber.

Pero y ¿qué hará el poder?. ¿Y el dinero?. ¿Desaparecerá?.

Saludos. Gelu