sábado, 8 de mayo de 2010

OTRO CORPUS



Para Manolo Casadiego, que también comulgó, y para Sinda, Jesús, Leticia y Nena, que han hecho esa misma procesión alguna vez.


Este año decidimos trasladar el día de Corpus a sábado. ¿Y por qué no? Había de ser el dosel natural más frondoso y más amplio. Al fin y al cabo, las calles de esta ciudad estrecha andan en obras, son estrechas y el musgo y el tomillo se crían más y mejor en el campo que en el asfalto.

En ese sentido (así diría Perico Delgado, y todo el mundo tragaría), nos echamos a la senda con la mochila a cuestas. Era nuestro tabernáculo, el sagrario de nuestra comunión, la custodia de nuestras provisiones.

Como el campo es muy amplio y ancha es Castilla, miramos al cielo. Estaba gris. No le pedíamos sol, únicamente que no nos ungiera de lluvia demasiado pronto, aunque, si lo hacía, abriríamos los brazos y la enamoraríamos.

Decidimos, casi al azar, echar el paso hacia la finca de La Condesa. Aristocráticos que somos nosotros. Aunque republicanos también. De hecho no hemos suspendido el paseo ni siquiera cuando nos hemos enterado de la operación del rey. Queríamos seguir el rumor del día y del viento, esperábamos anotar los verdes y los terciopelos de la hojas, deseábamos echar, como siempre, nuestro cuarto a espadas a través de la palabra y arreglar el mundo, necesitábamos huir por unas horas de la epidemia de las aceras, queríamos el silencio y el eco del campo, precisábamos entender otra vez que todo cambia en la naturaleza para que todo siga igual.

Con tanta necesidad a cuestas, el camino se hacía ancho. La panificadora, Santana (qué hermoso aquel lugar por la mañana, sin nadie, en el rumor del agua de la fuente y acotada por la humedad y el ruido de las regaderas), el camino hacia La Centena, con Béjar al frente y el espacio norte sin final, la propia Centena…

Pronto nos dimos cuenta de que, en nuestro Corpus particular, el camino se había tornado en florida procesión llena de altares. Y en La Centena había uno bien hermoso. Yo creo que los hombres de musgo lo habían preparado para nosotros. Allí las lilas, los verdes recién nacidos de los robles, las hojas, todavía niñas, de todos los otros árboles, el rumor suave del viento, el canto aún somnoliento de los pájaros, y yo como atontado y dejándome anegar por los sentidos…

“¿Echamos aquí un responso, Manolo?” No abrimos todavía el tabernáculo porque no tocaba a aquella hora tan temprana, pero yo sentí que aquel era mejor altar para el místico alimento que el que preparan con ahínco en cualquier plaza o calle de la ciudad estrecha.

Desde allí hasta la Finca de la Francesa, todo fue ya un dosel. Un dosel de verdes multicolores, casi de arco iris en este mayo tierno. Los pinos, los cerezos, los robles, los alisos, los castaños, toda la naturaleza en fuerza y en vigilia.
Nosotros paseábamos la custodia en forma de mochilas y, en ellas, la más pura ambrosía.

La finca bien lo supo. Debajo de un cerezo, sobre el suelo mullido de verde y con la vista puesta en las laderas, las fuentes (manan tres en un espacio breve) y los aires, la luz y las nubes, el eco de los pájaros y el enfado febril de algunas vacas, separadas a cuajo de sus crías, que pastaban en otro prado aparte. Allí fueran dos tiendas para quedarse en ellas. Allí fue con certeza la ambrosía y el embrujo de ese té tan extraño que prepara Manolo, y el pico de aguardiente que levanta las almas. Todo bajo el dosel del cielo entero.

Y allí se desató la letanía en un rosario entero: la adoración al verbo, la certeza evidente de tantas injusticias, la situación del mundo (¡cómo está el mundo, Señor, cómo está el mundo!), la mirada piadosa hacia la ciudad estrecha pensada de perfil desde la finca, el ruego a la razón para que extendiera su reino por el mundo, nuestras propias miserias y contradicciones, la levedad de todo, la sinrazón total… Nos miraban los dioses mientras comulgábamos con todas las especias .

Y allí no quedó nada, solo la sensación de que aquella procesión iba saliendo bien y de que los altares seguían en su sitio, profusos y solemnes.

La vuelta fue continua exaltación. La comunión acaso me volvió verborreico y recé más de un salmo en ese altar enorme de la naturaleza. Qué ricas las especias, qué buenos los altares, qué hermosos los doseles. Y creo que el sol se cortó un poco y se quedó escondido entre las nubes. Tal vez muy envidioso de nosotros.

La última parada y el último rosario lo hicimos y lo hice bajo palio. Casi generalísimo, como un dios ensalzado, como un corpus de carne. Era otra vez Santana. Y no había nadie.

N.B. Foto Manolo Casadiego.

3 comentarios:

Jesús Majada dijo...

Una suerte de envidia me invade… A flor de vista, de oído y de piel se me agolpan sensaciones en torrente, y todas deleitosas: el rumor del agua de la fuente, las regaderas, la humedad matutina empapándolo todo, impregnándolo todo, suavizándolo todo; y los verdes recién nacidos, los ya casi adolescentes y los totalmente núbiles; y aquel lugar de La Francesa, ejemplo incomparable de locus amoenus, con los becerros tras sus madres, la vista en escorzo de la ciudad estrecha y la plática que manaba suavemente, como el agua de las tres fuentes que brotan en breve espacio. Hace ahora un año allí Manolo ofició de sumo sacerdote y me enseñó ciencia muy sabrosa…
Ahora me doy cuenta de que no podía ser de otra manera: en día tan señalado de salmos, tabernáculos, doseles, palios, custodias, letanías, procesiones, unciones y altares, lo que me envuelve no puede ser sino… “invidia clericalis”. Tengo que volver.

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, Don Antonio Gutiérrez Turrión:

Ahora no sé cómo va el tema de las celebraciones religiosas y los días de la semana. En mis épocas, el Corpus, ("uno de los tres días del año que relumbraban más que el sol")caía en jueves. El día siguiente, el Curpillos, por la tarde se iba de romería y de merienda.
Todos los años eran memorables, especialmente para la juventud, pues se iba andando en grupos de amigos hasta el lugar escogido, que en Burgos era el Parral, y estaba lleno de gente deseosa de disfrutar la primavera.
El día era completo si en la bajada se tomaba un chocolate con churros.
Preciosas las glicinias. ¿Ha conseguido unirlas usted con los extensores?.
¡Qué jardín más bonito escogieron, los bancos bajo la sombra, la fuente octogonal, las mesas... ¿Y qué hay tras esa puerta del fondo?.

Saludos. Gelu

mojadopapel dijo...

Me gusta más la filosofia de las palabras que te nacen cuando estas en naturaleza.