En la tarde de ayer, me sumergí en la figura de Edipo. Fue por casualidad, como tantas veces. Conozco y he leído las tragedias de Sófocles pero esta vez se trataba de algo didáctico, reflexivo e indirecto. Algo más de cien páginas recorriendo su actividad, su vida, su destino y sus consecuencias.
Lo primero que me gusta destacar es que nos hallamos en la época del mito, es decir, que tenemos que dar por explicadas muchas cosas realmente inexplicables. Son más de dos mil quinientos años y hay lo que hay. Se venía del caos, se pasó al mito, se llegó a la religión, asomó la cabeza la razón, se alzó a la vida el hombre y comenzó esta andadura moderna en la que estamos. Vale, sea, pero, desde estos comienzos del S XXI, que no me hagan comulgar con ruedas de molino, y menos en un día en el que ya por la mañana había comulgado con especias naturales y sabrosas.
Este tipo, Edipo, me parece un ser en el que se almacenan todos los malos farios que imaginarse uno pueda. El mito se viene abajo desde el momento en el que el buen hombre tiene que pagar por hechos de los que, a todas luces, no es responsable. ¿Quién les echó en las espaldas a sus padres que, si tenían algún hijo, este les iba a privar de la vida? Y aun si estos tuvieran alguna responsabilidad, ¿qué tiene que ver Edipo con ella? Todo lo demás es el cumplimiento de lo preestablecido por esas fuerzas muertas y esotéricas, es la concreción de un plan malvado en el que el protagonista lo único que tiene que hacer es poner el culo a la gotera y fingir en palabras y en obras qué bueno es el dios de turno. Y, por si fuera poco, en forma contradictoria y caprichosa pues sus restos habían de ser bendición para quien los guardara, después de tanto azar y tanta miseria. De modo que el buen hombre dejó el campo arado para todas las desgracias posteriores con sus hijos y con sus hijas, sobre todo con Antígona. Parece un mal sueño si uno no imaginara seres humanos de por medio.
¿No hay forma de rebelarse contra esos dioses caprichosos? Ahí nació la filosofía en Grecia. Acaso este fue el empuje más rotundo. Y Sócrates y Platón y Aristóteles y tantos otros trataron de poner un poco de orden a tanto desatino. Solo por poner orden, no por cambiar los vértices del circo, al menos no deprisa.
Yo creo que el cristianismo aportó algo distinto sobre este esquema trágico. No cambió al hacedor, aunque sí lo unificó, no mudó al arquitecto, todo siguió en sus manos y el hombre siguió estando a su merced, pendiente de sus planes, tratando de indagar sus voluntades; pero al menos mudó el signo del baile al infundir amor, al pensar algo más en positivo, al elevar al ser humano a la posibilidad de la participación del amor del dios y de los hombres. Ya he esbozado en estas páginas (y seguiré con ello) el esfuerzo del hombre por alejarse de esa dependencia hasta formar criterio con sus fuerzas.
Me causa compasión Edipo con todas sus desgracias: asesino de padre, amante de madre, padre de sus hermanos, sujeto de desdichas de todo tipo, muerto sin tumba definida, sujeto también él de la memoria histórica. El repaso de su personaje suscita, además, muchas otras consideraciones: hospitalidad para suplicantes, las estructuras familiares y los abandonos de los hijos, los tipos de viviendas, la estructura genial de la tragedia, la voz de los oráculos (¿Cuáles son los oráculo modernos?), las religiones, el valor de la muerte, el respeto a los muertos, las estructuras sociales…
En fin, que dejé a Edipo tranquilo entre las páginas mientras pensé en su suerte y en la suerte de tantos que viven o vivimos a expensas de las fuerzas que nos mueven a su antojo, sin poder participar en casi nada, viendo pasar la vida sin pillarla por sus partes y poniéndonos de acuerdo con ella y ella con nosotros.
domingo, 9 de mayo de 2010
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4 comentarios:
Tu entrada de hoy se me escapa, quizá porque no hagas sino rozar las ideas, porque abunden supuestos que yo no alcanzo o porque las elipsis me despisten. Tal vez los mitos, el de Edipo, la filosofía, la racionalización y el cristianismo sean demasiadas ideas, todas ellas bien preñadas, para hacer una acotación en una sola página. Si a ello añado los cabos sueltos (“el repaso de su personaje suscita, además, muchas otras consideraciones…”) que deliberadamente dejas, me pierdo. Sólo el último párrafo me centra en el camino.
Siempre me ha atraído la figura de Edipo. Alguna vez, cuando he estudiado este personaje con mis alumnos, les he preguntado si se sentían identificados con él, matador de su padre y amante de su madre; en la mayoría de los casos la respuesta ha sido un “Vade retro, Satana”. Y sin embargo, Edipo me parece de una humanidad enternecedora. Se pasa toda su vida tratando de evitar producir daño y, a pesar de sus esfuerzos por esquivar los designios de su destino, termina por cumplir la maldición que había caído sobre él. Este pobre hombre me recuerda a Pascual Duarte (“Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltan motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera...”).
Más que la creencia en los oráculos y en la predestinación de los dioses, me interesa la tragedia personal de Edipo, que es también nuestra propia tragedia: la libertad. ¿Hasta dónde somos libres?, ¿hasta dónde el hombre es libre?, ¿hasta dónde llega el poder que sobre nosotros ejercen las circunstancias, lo que nos rodea, los que nos rodean?
Por lo que respecta a Esquilo, tal vez no creyera en los mitos y sólo los utilizara como elemento imprescindible para la construcción dramática de su obra, tan extraordinaria. Es lo de menos; lo de más es que después de dos mil quinientos años su personaje sigue teniendo vigencia. Tanta, que hasta Edipo mata a uno, que resulta ser su padre, por una discusión por la preferencia de paso en una encrucijada: igual que nos puede suceder hoy en cualquier cruce. ¿Quién está libre de un momento de ofuscación en una situación límite?
Por eso, cada vez entiendo mejor lo de los atenuantes y eximentes, y me cuesta más hacer condenas categóricas, incluso de los crímenes más horrendos.
….
Y ya en tono más distendido y fuera del asunto, una acotación a lo de “Vade retro, Satana”: el otro día oí a alguien decir: “¡Barre adentro, Sátanas!”
La pregunta que cabría resolver sería la respuesta a la culpa y nada habría más equivocado que tomar la ceguera como un castigo. La cuestión no aparece aquí, no se juzga sobre el crimen o el castigo, sobre la libertad y la necesidad, sino sobre la apariencia y la verdad, sobre las contradicciones que determinan al ser humano y que lo envuelven, a las que está encadenado mientras, intentando alcanzar lo sublime en el hombre, se consume y se quiebra.
La entrada no tiene el sistematismo que podría esperarse. Eso lo sé. Pero creo que ha alcanzado el propósito: suscitar posibilidades. Son cuarenta líneas. No dan para más.
No sé muy bien cuál es el asunto más enjundioso: ¿el libre albedrío?, ¿la apariencia y la verdad? Ufff Vosotros mismos.
Buenas noches, Don Antonio Gutiérrez Turrión:
¡Pobre Edipo!. También a mí siempre me dió pena lo de la maldición y su mala suerte.
Y ahora que leo el comentario de Jesús Majada, y que le recuerda a Pascual Duarte, pues sí, aunque con los dioses era todo a lo grande, y el personaje de Cela: a lo bruto.
Ahora no me recuerdo, ya lo pensaré, pero hubo un delincuente no hace mucho a quién le ocurrían todas las desgracias habidas y por haber; en su situación miserable y difícil, por mucho que luchara, era casi imposible levantar cabeza.
Saludos. Gelu
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