lunes, 8 de febrero de 2010

¿TIENEN ALMA LOS PUEBLOS?

¿Tienen alma los pueblos? Parece este un título muy unamuniano. Y seguramente lo es. Leo y escucho argumentaciones de este tipo con alguna frecuencia. Y las opiniones me llegan de vez en cuando de personas que me merecen bastante confianza intelectual.

En los últimos días he tenido dos referencias que me provocan este apunte de reflexión. La primera tiene que ver con la representación teatral a la que asistí el sábado en Madrid. El texto de Fernando Quiñones y la puesta en escena de El Brujo venían a mostrarnos algo así como el factor común de las gentes del mundo del flamenco. La otra referencia me llegaba hoy mismo: parece que andan indagando una cosa tan abstracta como la definición de “ser francés”. Conozco teorías y tendencias filosóficas y literarias que abogan por la importancia de descubrir esos elementos comunes. Algunas han traído resultados desastrosos para esas comunidades.

Acepto que el ser humano es la suma de muchas variables, entre otras del paisaje y de los elementos naturales y humanos que lo rodean. Pero me cuesta imaginar eso del alma andaluza o de la esencia de lo francés. Admito que hay características que se reproducen, en mayor o menor grado y con una intensidad variable, entre las personas de la misma comunidad. Sobrepasar esa barrera no me agrada. Aunque sea a través de un texto tan amable y sugestivo como el que vi en escena el sábado. Veremos qué es eso de ser francés.

En la vida tendemos a la reducción y a la analogía con todo. Los que tenemos que aclarar conceptos a diario lo sabemos bien. Pero también conocemos el peligro que se corre. O deberíamos saberlo.

El imaginario Miguel Pantalón es un personaje, tal vez no sea una persona. O, en todo caso, las demás personas no son exactamente Miguel Pantalón sino algo diferente. Aunque uno, para entenderse, tenga que navegar por las mismas aguas por las que surcan las demás naves.

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