jueves, 11 de febrero de 2010

AFTER DINNER

Esta tontería de titular en inglés es una licencia que me tomo después de un examen que me deja tranquilo para semana y media. Pero voy al asunto.

Es el caso real que, después de la cena, me suelo recluir frente a esta ventana estrecha de mi ordenador, a jugar con la lectura o con la escritura; como suelo decir en otros foros, a jugar con las palabras. Hardly ever -otra bobada- me quedo en el salón de la televisión para ver una película, but, sometimes -ya puestos…-, me aposento y miro en la otra ventana de la tele.

Es lo que hice el martes por la noche. Emitían la película “Camino”. No la había visto cuando se estrenó y tenía alguna referencia de ella. Era el momento. Me quedé y no perdí el tiempo: me gustó.

Plantea esta película demasiados asuntos para considerar. Además, creo que está muy bien construida y extraordinariamente rodada. No es fácil encontrar ese nivel formal: planos, color, secuencias, fusión de planos, ritmo narrativo, concentración de acciones…

De todo lo que me sugería, me quedo con un par de variables. La primera es para tirarla enseguida a la papelera. Es la que desarrolla el asunto de la Obra, o sea, del Opus. Supongo -me faltan datos y experiencias- que no se pillarían las manos y que la imagen que se presenta es bastante ajustada a la realidad. Aunque no lo fuera, y solo se aproximara a ella, queda bien claro que lo que allí se hace es despersonalizar y deshumanizar del todo a los integrantes hasta convertirlos en adeptos a una secta y en obedientes sumisos, sin espíritu crítico, que cifran todo el esfuerzo en la obediencia y en la fe ciega, como si fueran ellos los redentores de Cristo y no al revés. Como les suele ocurrir a los fanáticos, ven fantasmas por todas partes y, en esa huida de los fantasmas (el demonio para ellos), es donde encuentran toda la justificación para la cantidad de situaciones ridículas que provocan. Con su pan se lo coman.

La otra variable es la que realmente me sedujo. Es la que tiene que ver con la justificación del dolor y con la forma de combatirlo. La adolescente que protagonizaba la historia, desviada mentalmente por su madre -el padre no hace otra cosa que aguantar carros y carretas sin capacidad para reaccionar ante nada y con la culpa de dejarse llevar- sublimaba su dolor con el ofrecimiento y la sumisión a los criterios religiosos. Con lo fácil que lo tenían para sublimarlo con la ilusión en aquel muchacho próximo en su vida… Estos son los que se rasgan las vestiduras por aquello de Educación para la Ciudadanía, como si un hijo fuera de propiedad privada absoluta y se pudiera hacer con él cualquier desaguisado y desde la más tierna infancia.

Pero me pregunto si yo tengo la potestad de protestar ante cualquier método que sirva para hacer más soportable el dolor, cualquier dolor. Ante la imposibilidad para explicar el sentido del cualquier sufrimiento, no me encuentro con fuerzas para criticar ningún método si surte realmente efectos. Y es que esto del dolor sigue siendo la espada de Damocles que pende en cualquier esquema de pensamiento, sobre todo si se ampara en paraguas religiosos. Me imagino a la madre, religiosa hasta el fanatismo, renegando y protestando a sus referentes religiosos por el mal de su hija. Acaso no provocaría más que añadir más dolor.

¿Qué sobra entonces en la historia que se cuenta? Pues seguramente el fanatismo, la falta de humanismo, el apartamiento de los deseos vitales, la anulación del desarrollo de la personalidad, y falta subrayar el valor del ser humano por el hecho de serlo.

El desarrollo paralelo de las dos historias, con las paronomasias como base, esos dos Jesuses tan distintos para la adolescente, tan diferentes para su madre (tan ciega y fanática estaba que no veía al que realmente importaba a su hija), tan separados y tan convergentes al final para el padre, me recordaron mucho el paralelismo que ofrece la lectura de algún místico, desde el punto de vista del amor llamado divino y desde el amor humano. Cualquier espectador mínimamente avezado estaba viendo dos historias de amor, una forzada y otra deseada. Se impuso la forzada. Y encima con imposición y con ignorancia. Y, por si fuera poco, esa imposición se hacía en nombre del amor. Qué barbaridad. Como tantas en cualquier momento, como la de los americanos fanáticos que estos días han querido llevarse de Haití a esos niños, seguramente con la intención de “salvarlos”. Así andamos.

Sustituí el martes una pantalla por otra, una historia escrita por otra en imágenes y oral. No me arrepentí. Y terminé invocando: Líbranos de semejante tropa. Y de semejantes “salvadores”.

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