martes, 2 de febrero de 2010

LEER A LOS MÍSTICOS

¿Cuánta gente leerá en estos tiempos a los místicos? Sospecho que no demasiada porque no están los tiempos propicios para estos lujos. Pero, por otra parte, tengo también la impresión de que hay mucha gente que necesita escapar de los empujones constantes a los que nos somete esta escala de valores en la que andamos navegando. Las crisis, los trabajos, las inseguridades, la falta de perspectiva, la deconstrucción, el postmodernismo y no sé cuántas cosas más son elementos que no dan con el quid de la serenidad ni del sosiego.

Y el ser humano sigue teniendo necesidad de asideros, de engaños personales que le ayuden a sentirse más cómodo, de placebos medicinales y religiosos, de esquemas que aparenten dar solución a esas limitaciones tan evidentes. Al acecho andan las religiones, y, en su seno, esas casillas del misticismo.

Acabo de leer (“vengo de” leer diría un bobo) “El castillo interior” o “Las moradas”, de santa Teresa, un intento de dar cuerpo en forma de palabra a eso que se llama la experiencia mística. Creo que conozco bien los textos de esta autora así como los de san Juan o los de fray Luis, y tengo que echarle más horas a los de Miguel de Molinos. El proceso siempre repite un camino con unos elementos que me agradan en la segunda parte pero que me dejan vacío y echando pestes contra los autores en la primera. En esa primera parte todo se les va en sustos mentales, con demonios, pecados, infiernos y toda una retahíla de castigos y de fantasmas que no hacen más que asustar a cualquier persona. Bien diferente resulta la segunda parte en la que todo se presenta ya en forma positiva, en la que se anhela, o se consigue, una fusión amorosa, un desprendimiento de uno mismo, una entrega absoluta, un “vuelo de mariposilla, que muere en Cristo porque en ella vive ya Cristo”, un “quédeme y olvídeme”.

Con frecuencia pienso en alguna traducción moderna de estas ideas y me salen ejemplos tan curiosos como el de la letra de Sabina: “Y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres”. No está tan lejos del esquema mental de los autores nombrados. En los dos casos se pierde el sentido de la realidad y de la razón para fiarlo todo a los impulsos del corazón y del amor.

Yo me encuentro a gusto en las segundas partes de todo este esquema y rechazo, por falta de consistente según lo entiendo, toda la primera parte. No sé cómo se puede construir toda una forma de vida desde el temor, desde la desconfianza continua, desde el miedo al castigo, con los fantasmas rondando nuestra vida por todas las esquinas. Y me grita la vida del amor, de lo positivo que resulta pensar y obrar sin desear el enfrentamiento, ni la victoria sobre nada, ni la separación entre buenos y malos, ni la necesidad de venganza, solo entendiendo que la bondad es mejor porque produce más placer y mejores consecuencias para todos.

Como sucede con tantas cosas en la vida, este asunto se asienta sobre aparentes contradicciones, pues parece escasamente racional eso de entregarse sin reparos, de darse sin exigencias, de hacerse en alguna medida esclavo de algo. Pero es que “Mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura / y yéndolos mirando, / con solo su figura, / vestidos los dejó de hermosura.” Así que, entre lo pazguato y lo sublime se mueve un hilillo fino que nos sitúa de un lado y de otro sin darnos cuenta.

Como fórmula de búsqueda personal, como manera de huir de alguna escala de valores que nos atosiga y nos acosa, como variable para comprobar cómo se pasa de un nivel a otro sin apenas notarlo, como experiencia, al fin, interesante, la lectura de los místicos, en estos tiempos que corren, no es mala terapia. Alguno dirá que es una cobardía, por aquello de la huida. Puede que tenga su parte de razón. Yo sigo recomendando la idea y la experiencia. Desde la forma, desde los contenidos, desde las desigualdades, desde… la experiencia.

1 comentario:

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches Don Antonio Gutiérrez Turrión:

Es increíble el efecto que puede producir en el ánimo la lectura de los místicos.
Ahora no puedo dejar de sonreír. He recordado su escrito del Cántico espiritual y mi comentario por los acentos.
Hoy vuelve a jugar con ventaja.
¿Por qué no puede decirse "vengo de leer"...? ¿Por qué el hacerlo es de bobos?.
Supongamos que se está leyendo en un lugar, y se tiene el ordenador en otro distinto, y se quiere explicar con detalle, ¿no es correcto?.
Bueno, pues lo sea no, tampoco hay que ser tan minucias. Se valora la intención, y punto.

Saludos. Gelu