Es esa necesidad imperiosa de buscar siempre un peldaño más lo que nos lleva a la curiosidad, a la religión, a los dioses, al fanatismo o al forofismo. En cualquier grado se presenta esa dependencia que no sabe uno muy bien si humaniza o más bien deshumaniza al ser humano, que la practica según sus circunstancias pero que resulta ser una constante histórica.
Hesiodo nos deja ya encaminados en esa ristra moderna de dioses, de semidioses y de héroes que andan en el filo de la Historia pero que se hunden en la noche de los tiempos: Caos, Gea, Urano, Océano, Hiperión, Mnemosine, Cronos, los Cíclopes, las Erinnias, los Gigantes, las Ninfas, los Titanes, las Hespérides, las Moiras, Némesis, Galatea, las Harpías, las Gorgonas, Medusa, Perseo, Pegaso, Gerión, Hércules, Cervero, Hera, Helios, Selene, Céfiro, Noto, Bóreas, Hécate, Las mujeres hechas de barro, Poseidón, Atenea, Apolo, Artemisa, Hermes, Sémele, Dionisos, Ariadna, Medea, Afrodita… Y los héroes Anquises, Eneas, Ulises… Hasta la realidad más mostrenca de ahora mismo.
Resulta apasionante seguir el recorrido para comprobar cómo se va pasando de lo más confuso a lo más concreto, de lo más poderoso a lo más accesible, del desorden al orden, de lo lejano a lo cercano, de lo otro a lo particular y propio, de lo de fuera a lo de dentro… Hasta terminar invirtiendo los papeles y convertir al ser humano en el impulsor de la conciencia de los propios dioses.
O acaso es que hemos ido cambiando la figuración de los dioses, modificando las representaciones según los tiempos, desnudando un santo para vestir otro, sustituyendo a la diosa de la belleza por la pasarela Cibeles o por las aspirantes a los Óscar, o por esas que dicen ser las más deseadas (vuelvo a preguntar para qué son las más deseadas), o cambiando a un Hércules por un Ronaldo de turno, o una figuración general de los dioses por las aspiraciones del dinero. Y en este plan.
No es esta, la griega, la única teogonía, pero es la que nos cae más cerca y la que más nos ha dejado descendencia. Otras son similares y solo cambian los nombres pero no los atributos. Todas empiezan, como esta, por el caos, esa situación difusa que se pierde en la noche de los tiempos y que marca unos límites que no sabemos saltar y que hasta conviene que se pierdan ellos solos y que queden en el misterio. Esa imprecisión es la base para todo lo demás, para todo lo que viene después. Y así andamos, claro. ¿Qué otra cosa es la jerarquización de las religiones monoteístas, con el dios único y todopoderoso y con la infinidad de cortes celestiales, de santos y de fieles que las componen? La descripción de la cristiana ejemplifica a la perfección lo que se dice aquí. Solo los ángeles forman en nueve niveles jerarquizados. ¿Quién conoce sus nombres? A ver: ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, potestades, querubines, serafines, principados, virtudes. Y luego los santos, los beatos, los… Hasta perderse en el caos otra vez. Y vuelta a empezar.
Entre tanto mandar y obedecer, entre tanta escala y ordenación, entre tanto siéntate y estate quieto, nos perdemos y tal vez nos olvidamos de que lo fetén está en nosotros mismos, en nuestra relación con nosotros mismos y con el mundo, con los otros elementos que componen el mundo y su conciencia.
Pero, si han de existir los dioses, que sean tan divertidos y tan festivaleros como los dioses de la cultura griega. En el fondo son y se comportan como niños, tienen un no sé qué que enamora y que hasta mueve a compasión.
miércoles, 3 de febrero de 2010
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