No, no, no, no ha sido un año más. El calendario ha marcado las mismas semanas y los mismos meses, pero esos artilugios no saben nada del paso del tiempo y de lo que este hecho lleva en sus entrañas. Para mí el año ha tenido dos largos meses y nada más.
El primero duró hasta abril. Todo el cielo era oscuro y en él ya se esperaba el día de la tormenta irremediable. Nosotros procurábamos cuidar con todo el mimo y el cariño a aquel ser que se iba, que ya estaba muy lejos de nosotros. Creo que lo hicimos bien, con mucho amor, con atención continua, con mimos y con besos, con paseos mirando el horizonte desde aquel pasillo inmenso, con despedidas tiernas y siempre dolorosas.
Tenía que haber estado allí pero un cambio azaroso me dejó aquella tarde en mi casa. Y sucedió otra vez como hacía años en ocasión semejante. Fue mi hermana pequeña la que rompió en sollozos. Y lo comprendí todo. Y yo también rompí mis diques y me dejé anegar por la impotencia y deambulé de un lado a otro por mi casa y miré al horizonte y no vi nada y quise razonar y no podía y me dejé caer en la desesperanza y lloré, lloré mucho, como lloro ahora mismo, y comprendí que somos pasto de alguna inercia que nos lleva, elementos sumisos de algún ciego destino. Y eché la vista atrás y quise aún más a mi madre. Después sucedió todo lo que no quiero revivir por doloroso.
Fue aquel largo mes todo para ella; no había ningún cuidado que no mirara a ella. Y hoy me duele su ausencia, o acaso su presencia. Su recuerdo me habita porque el tiempo se ha quedado dormido entre sus brazos.
Pero el tiempo no dio tregua y yo le agradecí y le agradezco ahora su actividad febril. Cuando apuntaba todo hacia el calor de junio, nació Sara en Ávila. Fue a principios de mes, el día dos de junio. Ávila estaba sumida entre las nubes y el invierno se estaba despidiendo. Llovió un poco aquel día. En aquel altozano vio la luz esta niña. No fue sencillo el parto y algo se resistió, pero, a eso de media tarde y después de algún susto, la vimos de cuerpo entero en su cunita con el amor tierno de su madre y la mirada inocente de mi Miguel Ángel. Yo no diré cómo era la mía, solo que andaba un poco temblorosa. Cuando llegó la niña en su cunita a la habitación de su madre, exigí que dejáramos solos a los padres y a la niña. Era su primer encuentro. No podíamos robárselo. Después todo fue fiesta, cuidados amorosos, mimos, requiebros, besos.
Y este mes se ha alargado hasta hora mismo. Me gustaría que fuera aún mucho más largo y gozoso. Pero el tiempo es el tiempo y nadie sabe lo que guarda en su camino.
Lo demás es pequeño y perdonadme todos. También yo me perdono por no mirarme más.
Al lado de estos tiempos tan pequeños pero tan intensos, siguen girando los grandes espacios y los grandes tiempos. En ellos se sonríen las estrellas. Yo intentaré saludarlas de nuevo esta noche después del asunto ese de las doce uvas.
Porque el tiempo pasa, que es lo que siempre pasa. Un año más, un año menos; un diario más que finaliza aquí y otro nuevo que se abrirá mañana y que nos irá contando los detalles que configuran esta vida, la vida de un cualquiera que anda con otros cualesquiera por esos caminos de la vida y de la muerte. Al lado de todos los otros ha sido mi camino; a mi lado el de los otros. Es la vida. No hay más. Feliz año.
jueves, 31 de diciembre de 2009
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1 comentario:
Feliz año nuevo Antonio y que ese segundo mes que comenzó en Junio continúe mucho tiempo más.
Un abrazo.
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