Pues vuelvo a traicionarme en menos de veinticuatro horas. Es que hay temas que me duelen y que no me dejan quieto.
Como un Guadiana que aparece y desaparece a su antojo, el asunto de la educación se vuelve a poner al día. Oigo y leo que los diversos grupos sociales encuentran posibilidades de ponerse de acuerdo para alcanzar un pacto escolar.
En cuanto oigo algo de esto me aterro y me echo a temblar. Puede parecer un disparate; tal vez lo sea, pero tiemblo.
Llevo casi toda mi vida en este trabajo, hermoso trabajo y hermosa profesión que me ha interesado y me interesa, que me ocupa y me preocupa, aunque tampoco en este asunto, del que debería conocer algo, nadie me pide opinión para nada. Y ya no habrá demasiadas ocasiones porque cualquier día me voy a ir de él, un poco cansado y desilusionado.
Nadie pude negar que un pacto en este sentido sería algo extraordinario, pero ¿con qué coste? De cualquier manera no, por favor, sería una irresponsabilidad imperdonable.
Si no nos ponemos de acuerdo en que el principal activo de una sociedad son sus propios ciudadanos, mejor es no seguir. Pero no caigamos en la trampa, por favor. Una buena educación haría progresar a la sociedad en todos los sentidos, nos ahorraría abogados porque fomentaría la resolución de conflictos desde el sentido común, nos ahorraría médicos porque, también desde el sentido común, tendríamos unos hábitos más saludables, la convivencia diaria sería más rica y participativa, y así hasta el infinito.
Habrá que ponerse de acuerdo, por tanto, en qué entendemos por ciudadanos formados. ¿Son los que controlan muchos contenidos de matemáticas o de lengua? Por supuesto. ¿Solo eso? Ni mucho menos. Si no nos ponemos de acuerdo en ello y cedemos ante los de solo la instrucción, es mejor no seguir adelante, plantarse y dar la batalla con las fuerzas que cada cual posea.
Nuestra enseñanza solo se salvará si es capaz de educar ciudadanos críticos, con una escala de valores bien definida en la que la razón y no otros productos esotéricos sea la base en la que apoyarse, con una conciencia social muy a flor de piel y con el compromiso de que sus posibilidades son las de todos los demás. Si no es así, por favor, que no sigan adelante en ningún acuerdo, al menos con mi asentimiento.
¿Cómo se pude diseñar un sistema educativo sin un bien trabado tejido ideológico detrás? ¿Acaso esto es un juego entre el ratón y el gato? Lo voy a esquematizar una vez más: Primero se exige un sistema de ideas; este sistema de ideas tiene que cristalizar en un sistema pedagógico, en un sistema político, y este sistema político en una aplicación social. Luego vienen los elementos de segundo y de tercer nivel (cargas lectivas, conciertos o no conciertos, autoridad (¿qué será eso?) del profesorado, distribuciones administrativas y todas las variantes que se quieran apuntar. Pero, una vez más, por favor, sepamos jerarquizar y no nos engañemos ni engañemos a los demás.
El sistema educativo no se puede agotar en sí mismo, como no se puede agotar en sí mismo un campo del saber, ni una especialidad médica, ni nada. Felizmente, el ser humano es algo más complejo y rico. Existe un sistema educativo porque existen ciudadanos, y el sistema tiene que estar a su servicio, lo mismo que los propios profesores, que solo son trabajadores “que trabajan con otros a España”. Se instruye y se educa PARA ALGO. Y alguna vez habrá que dar un manotazo sobre la mesa y gritar qué clase de ciudadanos queremos. Nos jugamos un modelo de sociedad u otro bien diferente. ¿Cómo no va a haber enfrentamientos entre unos grupos sociales y otros en estos asuntos? Lo extraño es que no los hubiera. Y ahí es donde hay que hacerse fuerte y tratar de convencer a los demás de la necesidad de aplicar un sistema que está al servicio de la sociedad en conjunto o que se agota en sí mismo y que viene a servir a los de siempre. En esto hay que batirse el cobre con todas las fuerzas.
Lo otro, lo de la autoridad del profesorado, lo de las tarimas y todas esas minucias hay que dejarlo para las personas que no pueden alcanzar otras metas que las de ser presidentas de alguna comunidad. Pobrecillas.
Ojalá ningún ministro caiga en la tentación de “pasar a la Historia” como aquel que consiguió no sé qué pacto educativo a costa de dejar todo peor de lo que ya estaba. Veremos.
miércoles, 30 de diciembre de 2009
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