martes, 29 de diciembre de 2009

SIGO CON MI LECTOR DIGITAL

Sigo como sin creerme lo que esconde este aparatejo de 20 centímetros por doce y por dos. No es más que una agenda cualquiera en tamaño, incluso más delgada, y yo no salgo de mi asombro. Toda una biblioteca en sus entrañas. Me parece tan improbable como el hecho de que un avión despegue del suelo. Aprendo poco a poco el funcionamiento, porque yo no soy precisamente un manos finas, pero creo que lo importante no está en el número de funciones sino en la capacidad de almacenamiento y en la versatilidad que ofrece.

Ya digo que es como una fina agenda que cierra con un mecanismo magnético. El lector va engastado en una funda negra que se dobla y permite leer como si fuera solo media cuartilla. Lo apoyo en cualquier sitio y con una mano lo puedo controlar, y, si no tengo ganas, él solo reposa sobre mis piernas. Una figura del Quijote -no está mal como logo- aparece en cuanto pulso la tecla de encendido. Un doble pulsador me permite continuar abriendo el índice de todo este almacén. Me han codificado los contenidos en doce o catorce apartados. Simplemente pulsando un numerito me aparece el apartado que quiera. Si busco, por ejemplo, novela clásica, o filosofía, ahí se despliega toda una batería de obras, que ordeno como me parece, siempre desde una numeración sencilla. Sea el caso que busco alguna obra de Galdós, pues paso páginas y casi todo Galdós al aparato. Con la misma numeración, que no supera los diez símbolos, vuelvo a seleccionar la obra elegida y, con los botoncitos de avance y retroceso, a leer. Y, si no me interesa un tipo de letra, pues a aumentar o a disminuir según conveniencias. A partir de ahí, siempre con los dichosos botoncitos, pasando y pasando páginas.

Pero no siempre se puede leer un libro de un tirón. Pues a descansar. Otro numerito para desplegar un menú desde el que se puede pedir que se marque la página. De ese modo, cuando se quiera volver, ya tendremos seleccionada la página en la que dejamos la lectura.

Y todo un ejército de libros en la biblioteca. Qué estupendo. El fondo mate de la pantalla hace agradable a la vista la letra y no cansa como un ordenador. A la hora de pasar página me sucede estos primeros días como cuando se estrena un coche con cambio automático, que instintivamente se te va la mano sin darte cuenta de que lo que hay que hacer aquí es pulsar un botoncito. Ah, y ese sentimiento del papel en las manos y el paso suave de las páginas… Bueno, pues no es para tanto; sobre todo pensando que durante mucho tiempo van a convivir los dos sistemas. Yo puedo decir que nunca me he llevado mal con el papel pero que los botoncitos y la pantalla no me han recibido mal. Veremos qué enseña la costumbre.

No todo son ventajas, que nadie ha dicho que esto sea el paraíso. Por ejemplo, las obras que se han digitalizado no siempre son las mejores ediciones; la paginación no siempre existe, las obras más accesibles no son precisamente las más actuales, hay que seleccionar, anular y aumentar los fondos con criterios personales…

Todo parece que se puede mejorar en cuanto a la calidad de los textos. Pero esto se va a subsanar en muy poco tiempo. Solo hace falta que algunas grandes compañías se pongan a ello. Y algunas ya están por la labor. Mientras tanto, en internet existen obras de todo tipo y se pueden descargar gratis.

Me parece fantástico poder estar en el Calvitero y poder acercarse a la vez a Baudelaire o al Manifiesto Comunista, a Machado o a Kant. Y todo de manera simultánea y con algo tan simple en tamaño como una delgada agenda.

Siempre he ido por detrás de casi todo el mundo en aparatos tecnológicos. Por una vez ando en la vanguardia. Y estoy contento.

N.B. Pero hasta mañana por la mañana estoy mucho más contento con Sara, que me sigue sonriendo y echando los brazos como una muñequita encantadora.

No hay comentarios: