martes, 14 de abril de 2009

YO SERÉ EL MONAGUILLO

Hoy me incorporo al ritmo de las cosas. Quiero decir al ritmo de todo lo que se repite con certeza cada día: el timbre, la mañana, las clases, la lectura, los diarios, algún rato de charla con las palabras en el folio o en la pantalla, un poco de televisión, la gente, los recados, los pensamientos que van y vienen como las nubes de este mes de abril, la noche y el silencio…, los días que se pasan, como siempre.

Sé que voy a tener en compañía constante la figura de mi madre. La quiero junto a mí para quererla, para seguirle diciendo nuestras cosas, para sentirme a gusto sabiendo que hay cariño sin aguardar otra cosa que ese mismo cariño, para acogerla en brazos, tan simple, tan pequeña, tan poquita cosa, tan sin fuerzas, tan dependiente, tan expresiva en su cara chiquita, tan indefensa, tan mía, tan de nadie.

Todavía se tienen que cumplir los ciclos naturales de la repetición, todas esas imágenes que aparecen por primera vez y que siempre me llevan a la misma figura de mi madre. Me saludará gente, me hará sus comentarios, trataré con desgana de responderles, reviviré a su costa otros momentos, pasaré por lugares y veré su figura, escucharé palabras y creeré que es ella quien las dice, hollaré los lugares y ella estará a mi lado.

Pero sé también que lo que hoy solo es imagen se irá tornando en foto un poquito más fija, en concepto, en idea, en efecto tranquilo y sosegado, en recordar amable, en entender que hay ciclos que se cumplen y que aguardan imágenes que se van superponiendo en espera de otras que aguardan a otras nuevas… El ciclo de la vida y de la muerte.

Estoy mirando al cielo oscurecido. La mañana no apunta con la luz sino con las nubes oscuras que amenazan lluvia. La primavera sigue, variable e impúdica, su camino. Ya carga con sus árboles en hojas bien frondosas y el campo se despierta como en sones de fiesta. Es un manto fantástico para ponérselo a mi madre y que se sienta reina. Hoy, si las nubes deciden quedarse y acaso llueven, será signo de lloro para todas las cosas. Porque todas la arropan y la quieren.

Y yo también con ellas. Seré su monaguillo, como cuando era niño. Ordenaré los cánticos e indicaré los ritmos de las filas que se acerquen a darle sus saludos. Después, en el medio más solemne de la ceremonia, cantaré de solista cualquier salmo que ensalce su figura, que la declare reina y soberana. Y todo un amplio coro desgranará las notas de un cántico solemne y espacioso. Y con la lentitud y el ritmo del silencio nos iremos marchando de su sagrado templo, hasta entornar la puerta y dejar que los cielos la cobijen. El monaguillo tiene el sagrado deber de atender a las velas y de asegurarse de que todo se queda en el sosiego, en la calma, en la placidez, en la quietud, en el eco del eco, “entre las azucenas olvidado”. Y yo soy monaguillo de mi reina.

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