lunes, 6 de abril de 2009

TODO EN TAN POCO TIEMPO

Me pilló el comienzo del fin de semana en asuntos de Ayuntamiento. Hasta allí me convocaron pues había una fiesta democrática en la que se conmemoraba el trigésimo aniversario de los ayuntamientos democráticos y querían darles las gracias a todos los que por esa institución han y hemos pasado. Me gusta como símbolo que se tenga ese recuerdo. Y me gusta defender a eso que llaman clase política pues, aunque sé que hay gente mediana, gente manifiestamente mejorable y hasta gente del plan badajoz, también hay muchas personas estupendas. Y todas ellas, incluso las de los primeros grupos, han dejado horas y esfuerzos en beneficio de la comunidad. Tengo poca constancia -para ser más exacto, ninguna- de que un particular dedicado a cualquier negocio ande también preocupado en los asuntos de carácter general. Así que mi enhorabuena para todos, para los próximos y para los de otras cuerdas. En el acto quedaron unas palabras no muy bien tejidas de algunos de los intervinientes y un diploma de esos que ocupan demasiado espacio en la pared pero que conviene no guardarlo en cajón porque se estropea y porque de vez en cuando gusta echarle una ojeada.

El sábado me llevó por la mañana de nuevo a las sierras de Hervás, a los pies literalmente del Pinajarro, allí donde la naturaleza se olvida de los árboles y se queda con las piedras, con el sol, con la nieve y con el viento. Y al lado de un regato y por una senda paralela casi con el cielo, charlamos de lo humano y de lo divino, y dejamos pendiente con Manolo nada menos que la dilucidación y el análisis acerca de este dilema: “Son las ideas las que explican la Historia, o es la Historia la que explica la naturaleza de las ideas.” Y nos quedamos tan panchos, como si tal cosa. Como es asunto muy grave, le daremos curso otro día.

La tarde tuvo acento abulense, esa ciudad vieja, medieval, teresiana, sanjuanista, pétrea y acogedora, donde nos esperaban Miguel Ángel y Merce, son su Sara y con nuestra Sara, que ya abulta en su tripa, y Carmen y Francisco, y Javier. Paseamos a gusto por sus calles estrechas, donde parece que solo hay palacios derruidos o reconstruidos que evocan otros tiempos o donde habitan olores que suenan a cánticos espirituales. Ávila para mí es una ciudad de paz y de paseo, de sendero tranquilo por las calles, de charla sosegada. También allí la primavera está ya muy crecida, a pesar de la altura y de que anda toda a la intemperie. Qué gusto la acogida de mis hijos y la hospitalidad de Carmen y Francisco. Con ellos estuvimos hasta el comienzo de la tarde de hoy domingo.

La tarde de hoy mismo tuvo otro color, el de la piedra dorada de Salamanca, el de la presencia de mi madre en el lecho indefinido en el que se mueve y se mantiene. Hoy ha estado más nerviosa que otras tardes. Y yo con ella también lo he estado. Sigue haciendo presentes sus ganas de vivir, su asidero a la vida. Pero no he de engañarme. Bien sé que anda en los límites, que es de aquí y es de allí. Yo la miro, la mimo, la beso, la acaricio, siento su piel rozándome, le digo que la quiero como a nadie, le ofrezco mis susurros. Ella a veces me besa, se asegura de agarrar con sus gramos de fuerza mis manos, a veces ensaya alguna palabra. Pero sus coordenadas no son las esperadas y el agotamiento ronda por las esquinas. Solo puedo esperar. Ella es poquita cosa, casi nada; yo soy la misma cosa y la misma impotencia.

La primavera estalla y la primavera sufre por las calles de España. Comienza la Semana Santa, el dolor en las andas, la mística sembrada a ras de suelo, la superstición hecha hombre… Las fiestas de la primavera, pues no son otra cosa. El dolor también se expone en los hospitales y en los pasillos de los centros de asistencia; lleva muchas semanas de procesión y de agonía. Aquí ya no es noticia hablar de la semana de pasión.

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