lunes, 27 de abril de 2009

COMO PENSANDO EL TIEMPO

Eso de andar en tiempo, con tiempo, contra el tiempo, desde el tiempo, por el tiempo, a tiempo, bajo el peso del tiempo, luchando contra el tiempo, fuera de tiempo, entre todo lo que me trae el tiempo, caminando hacia el tiempo, hasta que el tiempo quiera, para entregarme al tiempo, ajado por el tiempo, con el humor según el tiempo, sin tiempo para nada, planeando sobre el tiempo, a tientas tras el tiempo. Ahora añaden durante y mediante, pero yo soy un clásico y estudié en Salamanca. Eso, todo eso y mucho más que eso. El tiempo, siempre el tiempo. Después llega el espacio, y acaso poco más, que ya es bastante.

Me acerqué hasta mi clase esta mañana, con ganas muy escasas, y me encontré de pronto con todo el tiempo libre, sin saber qué hacer con el tiempo. Mis alumnos se habían marchado de excursión y yo sin enterarme. Estoy fuera de tiempo y de costumbres; no me entero de nada. Así que me encontré con el regalo del tiempo para mí y para mi causa: la lectura, la música, unos ratos de escritura, la casa en sus asuntos, los recados, algunas compras, llamadas de teléfono… Pensé ponerle los dientes largos a alguno por contraste. Eso del funcionario y sus prebendas, ya sabéis. Si lo hubiera hecho con mi presencia, habría sido movido por la amistad y no por otras causas, o sea, para reírnos juntos de este estado de cosas. Pero no lo hice y me quedé más pancho. Así que no tembló nadie aunque fuera lunes y yo hubiera amenazado con ponerme de uñas. Siempre habría sido en bromas pues el fondo es muy amplio y no siempre están claros los conceptos. Nadie se fue a la hoguera ni se irá por mi culpa.

Quise pensar entonces lo que me atrapa el tiempo. Como si fuera un hecho redundante y hasta obsesivo para mí. Y pensé en lo infinito y en lo finito, en el contraste inmenso entre estos dos conceptos y en algunas de sus aplicaciones. Imaginaba el mundo religioso y me asustaba el hecho de que seres finitos se atrevieran a buscar las esencias y las definiciones de seres infinitos. Qué osadía tan enorme, la blasfemia más grande, qué fracaso tan cierto. Volví hacia mis adentros y me quedé en mí mismo, tan débil, tan escaso, tan simple, tan mortal.

Pero creció una flor en la cizaña. Y era una hermosa flor. Si el concepto inmortal sobrepasa mis fuerzas y me parece blasfemia intentarlo siquiera, acaso de otro modo me salieran las cuentas y pudiera embarcarme en aspirar a todo. Pensaba lo siguiente: El hecho de ser mortal es precisamente lo que le da a cada instante valor de eternidad. Y me quedé pensando, suspendido en el tiempo, como tratando de afirmar lo que pensaba. Y no me pareció mal. Así que me encontré con esta arma para hacerle puñetas al discurrir del tiempo.

Solo me salva eso: hacer de cada instante un infinito, exprimir los limones hasta que no haya ya más pulpa, agitarme sin tregua hasta el agotamiento, renovarme sin pausa, descubrirme a mí mismo cada hora, vivir, vivir, vivir hasta la muerte. Es un programa denso, preñado de milagros. Por pensar que no quede. ¿Y vivir?

Y nota para Cindy: Hoy era lunes y no tembló la tierra; solo se oyeron risas en las mesas del fondo.

1 comentario:

Sinda dijo...

...Y hasta mí llegaron los ecos. Que la tierra no tiemble.
Siempre supe que era broma. Faltaría más.
Me gusta ese talante (talento) tuyo preñado de buen rollo, y ese permanente discurrir mientras transcurre, a paso firme, el tiempo.