Se cumplirá mañana una semana exacta desde el día de la muerte de mi madre.
Voy a volver a hacerme un poco más público de nuevo: volveré a mi blog. Sé que esto significa compartir varias cosas: pensamientos, palabras, deseos, amagos de ocultar lo que no se puede nunca ocultar del todo, apuntes que se quedan únicamente en esbozos, milagros y miserias y circunstancias varias.
Mi corazón sigue inmensamente vacío y son días en los que me sorprendo a cada instante con imágenes nuevas que siempre fueron viejas y que me mueven el tiempo en dirección contraria. Han sido muchos años de roce y de cariño. Sé que esta circunstancia no es distinta a la de las demás personas, que todos los cariños son únicos y hermosos, pero estas son mis circunstancias y yo interpreto todo desde lo que toco, veo, siento y razono. Así que, disculpadme por parecer sin fuerzas y dar la sensación de que lo mío es excepcional. Lo es, pero solo para mí. Acaso lo prudente sería mantenerme por una temporada en el silencio.
Pero vamos a ello.
Empezaré por dar las gracias más sinceras a todos los que, de cualquier forma: teléfono, saludo, blog, presencia, ausencia, recuerdo, acompañamiento… os habéis acordado de mí y de mi familia. Os seguro que lo agradezco de verdad, porque me reconforta y porque me certifica que no anda uno solo por el mundo, que se comparten gozos y tristezas y que todo es un poco de todas las personas.
El fallecimiento de mi madre era la crónica de una muerte anunciada, por su situación física y por la edad. He vivido su adiós numerosísimas veces porque los últimos meses de la senda los hemos recorrido todavía un poco más juntos. Y, a pesar de todo ese dolor acumulado, el final siempre resulta más inexplicable y punzante de lo que se pueda uno imaginar.
No obstante, la realidad se tiene que ir imponiendo, el recuerdo va tomando posesión de sus dominios y se hará huésped eterno en mi conciencia. A nadie le tengo que explicar lo que significa una madre.
Yo no sé si es ya tiempo de preguntas porque tengo la sensación de que ya me las he formulado todas durante estos larguísimos meses. Haré, sin embargo, un esfuerzo por madurarlas y por darles el perfil que pueda.
He seguido dibujando palabras estos días. Pero serán materia de recámara, disculpadme: las rumiaré en soledad.
MI madre será fondo de pantalla de mis días. Su recuerdo, a falta de su presencia física, me basta.
De lo que he escrito estos días, rescato este poema de redacción directa:
DÉJAME, MADRE
DÉJAME que te bese en el recuerdo,
porque quiero sentir tu piel desnuda
junto a mi cuerpo que fue un día tu cuerpo,
y solo fue tu cuerpo.
Déjame que te arrulle tiernamente,
como niña en la cuna que dormita
en un hermoso limbo
sembrado de azucenas y caricias.
Déjame que vayamos los dos juntos
por un pasillo largo, los dos solos,
sin que nadie nos vea,
solo mirando al sol en los atardeceres,
pensando en nuestras cosas:
“hay que comprar vestidos y camisas,
-me las pondré yo todas;
a ti te están muy grandes-
llevar todas las cosas hasta el sitio
que mira a la pared,
Antonio, Magdalena, la segunda.”
Déjame que me “ponga delante”,
que me “ponga redondo”, aunque me pidas
lo mismo tantas veces.
Déjame que acaricie tu mano,
que contemple tus huesos y tus venas
por las que corre, tan lentamente ya,
la sangre que me diste,
que me atreva a mirarte cara a cara,
con tus senos sin causa,
con tu sexo sin causa,
con tu mente perdida en la distancia,
pero tan cerca siempre de mi mente,
con tu cuerpo transido y esquelético,
sí, esquelético, madre.
Déjame que te diga muchas veces
que quiero que te duermas tiernamente
en un sueño infinito en el que te vea
como madre despierta.
Déjame que me calle
con el dulce sentir de tu silencio.
Déjame que te llame muñeca.
Déjame que te llame y que te sienta madre.
Déjame que me siga creyendo tu presencia
y que nunca despierte
en la triste certeza de tu ausencia.
lunes, 13 de abril de 2009
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1 comentario:
Que suerte tiene tu madre de tener un hijo con ese amor profundo y delicado que nace de tus maravillosas palabras. Un beso.
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