viernes, 17 de abril de 2009

ENTRE LA CIENCIA Y LA LITERATURA

Un error informático me apartó ayer de copiar aquí la salvación de mi minuto. Pero lo dejé en mi diario más amplio, así que nada pasa y aquí vuelvo de nuevo a mi página pública.

Leo en El País de hoy mismo (me lo recomienda Manolo y a mí se me había pasado -gracias, colega-) un artículo firmado por Jorge Wagensberg que se acoge al siguiente título: “Elogio de lo superfluo, indulto del error”. Lo leo y lo releo y me incita a echar mi cuarto a espadas, de manera brevísima y con la acotación de solo unas cuantas líneas. Analiza el autor, físico de formación y de profesión, las relaciones, en similitudes y en diferencias, entre la ciencia y el arte, para centrarse en la comparación entre ciencia y literatura.

Es poner el dedo en la llaga y hurgar en la herida hasta llegar al hueso, pues intenta basamentar los pilares y las aspiraciones, las glorias y las miserias de la ciencia y de las artes. ¡Casi nada! Después de diversas consideraciones y argumentos, termina como pidiendo a la literatura un pequeño esfuerzo para “dosificar lo superfluo y tratar las contradicciones”, o sea, para acercarse un poquito más a los métodos científicos.

Me parece extraordinaria la reflexión, pero me piden la palabra varias voces que tienen ganas de manifestarse para poner su pica en Flandes.

Parece que se acepta la existencia de una realidad “real”: “todo lo que no es realidad misma es ficción”. ¿Qué es eso de la realidad misma? Ya sé que la ciencia no puede moverse del asiento si no da por segura esa “realidad misma”. Y menos la Física como ciencia de las cosas. No estoy tan seguro de que se muevan en el mismo nivel de realidad la Filosofía o la creación poética, por ejemplo. De manera que el punto de partida nos puede complicar el desarrollo.

Absolutamente fundamental y clave la apreciación de que el científico se somete a tres pasiones dolorosas en su trabajo: “Expulsar el yo de sus contenidos”, “Se decanta todo lo presuntamente superfluo”; “La persecución implacable del error”. Tres verdaderos calvarios, me parece. O acaso sean estaciones de gozo, qué sé yo.

El creador literario, por el contrario, se refugia en el Yo como reino de lo absoluto, para lo bueno y para lo malo, y obliga al mundo, a “la realidad misma”, a someterse a sus consideraciones personales. Y, si el creador literario anda en los territorios de la lírica, entonces la inversión de funciones es total. Si miro para mí mismo, en mis ratos de intentos poéticos, creo que nunca en realidad he salido del yo. Y no estoy seguro de que quiera salir nunca.

No sé si Wagensberg tiene conocimiento de la eterna polémica que explica la creación poética como comunicación o como conocimiento. En el primer caso, el poema sería una traslación de un esquema mental que acerca de la realidad se tiene; en el segundo caso, es la creación del poema la que va configurando el conocimiento de la realidad. Hasta donde llega y puede valer mi opinión, siempre he defendido la combinación de ambos argumentos que resumidamente indican que no es lo mejor (ni siquiera es posible) lanzarse al camino de la creación sin algún esquema o esbozo prefijado, y también es real que el desarrollo del camino de la creación te puede llevar a un conocimiento diferente al que tenías de la realidad antes de iniciar el proceso creativo.

Compadezco al científico que, por exigencias del guión -lo digo en el mejor sentido de la expresión- tiene que estar continuamente renunciando al yo y a sus expresiones pasionales en todo el proceso de investigación. Pero también admiro su esfuerzo titánico para intentar dar solución para TODOS y no solo para sí mismo. Y siempre dispuesto a cambiar de teoría, según los resultados del laboratorio o del trabajo de campo. Los científicos “arreglan el mundo” desde la base de los datos de la inteligencia; los creadores lo hacen desde los datos del corazón, de la intuición, de la pasión, del enfado, del lloro, del grito. Es el TODOS frente al YO. Dos caminos distintos para enfrentarse al mundo y para intentar dar satisfacción al ser humano, como parte del todo o como todo desde la individualidad.

Desde mi terraza escuchaba por teléfono unas recomendaciones que me hacía un catedrático de la universidad de Oviedo, geólogo y lector de este blog. Un poco en bromas y otro poco en serio, me decía que eso de “arreglar el mundo” desde la creación (Manolo y yo lo intentábamos al amparo de algún vino y mirando el paisaje) cambiaba mucho si se hacía después de una licenciatura y un doctorado en ciencias geológicas. Creo que andábamos dándole vueltas al mismo asunto.

“En ciencia -dice Wagensberg- lo prioritario es comprender el mundo y para ello se sacrifica el Yo, lo superfluo y el error”. En la creación literaria se vive en el yo, desde el yo y seguramente para el yo, se indaga en lo superfluo y se mantiene uno en el error, porque la visión es siempre personal y desde el creador. Para no incurrir en perogrulladas, habría que anotar a pie de página que mantenerse en el error no significa ser imbécil ni renunciar a la última explicación de las cosas: es eso precisamente lo que se busca.

Me pregunto quién hará un poquito más por el ser humano, si unos u otros. Lo iré a rumiar mañana por los caminos de la sierra y cerca de la nieve. Allí, a la intemperie, en medio de los elementos físicos más descarnados, tal vez encuentre alguna respuesta más precisa. Siempre será parcial y me dejará a medio camino entre la ciencia y la creación literaria, entre la razón y el corazón, entre el yo y el exterior, entre el camino de ida y el camino de vuelta. Veremos. De momento, todo mi respeto y mi admiración para los científicos y para los creadores. Para los buenos, se entiende. Vale.

No hay comentarios: