Sin reparar en ello, me encuentro de nuevo en período de vacaciones. Empezarán mañana, pero yo ya las siento pues no tengo que volver al aula hasta no sé qué día. Tan despistado ando, que casi ni me había dado cuenta del asunto, y, a día de hoy, juro que no sé cuál es la fecha en la que tengo que reincorporarme. No sé si es bueno o malo, pero sí sé con seguridad que mi manera de enfrentarme con este mi trabajo tiene poco que ver con los días que marca el calendario. Cuando me dan papeles, termino por perderlos y siempre tengo que pedir información para que no me pillen en renuncio.
Es que hay ocupaciones mentales que solapan la presencia de otras. Tal vez como defensa personal, jerarquizamos preocupaciones y nos concentramos en las que más nos interesan. Y a mí la burocracia de la enseñanza no es precisamente la que me ocupa más. Mi mente anda pendiente, desde hace muchos meses, en otras cosas y, de todo lo que compone la enseñanza, he alejado y esquinado demasiadas variables, desde luego muchas de aquellas que parecen quitar la vida a muchos de mis colegas. Las notas, por ejemplo, me ocupan solamente cuando son negativas, me gustaría prescindir de ellas y, si no lo hago, es porque yo también formo parte del sistema y me llevo unos euros al cabo del mes para casa. Algo parecido ocurre con el calendario. En el fondo, uno es muy débil, acaso demasiado.
Ya siento los fracasos evidentes -estos sí que me ocupan- de todos los alumnos que no muestran interés por aprender y por descubrir cosas. Este año no son pocos y algo tendré que ver en todo ello. Y lo peor de todo es que este hecho no tiene recuperación sencilla ni en días ni en semanas y ni siquiera en meses. Hay una concepción muy extendida según la cual lo que interesa es sortear los exámenes y con ellos las notas. Lo demás es todo secundario. Es, por desgracia, lo que enseña la vida por ahí fuera, no hacen más que repetir esa escala. Aún peor es el caso de los que simplemente se dejan llevar por el paso del tiempo, sin mostrar ni un atisbo de superación ni de mejora. Estos son casi irrecuperables.
Pienso en lo que les espera y lo que nos aguarda a todos los que con ellos formamos y formaremos sociedad: su falta de incorporación a un sistema de valores, sus descuidos, su marginación, su triunfo, si acaso llega, desde el recelo y la estulticia, lo caros que nos van a salir en todas las facetas, el desarreglo constante…
Hoy también yo fracaso en alguna medida, pues su frustración me arrastra. Tengo que evaluarme más despacio, por si suspendo alguna asignatura y necesito clases de recuperación.
Pero no me concentro solo en el lamento pues sé de buena tinta que hay gente que progresa teniéndome a su lado, que para algo han servido mis largas y continuas digresiones, mi apuntar a otros blancos que no andan en el libro, mis referencias y esa oportunidad que cada día me brindan de poder desplegar ante ellos la fuerza de la palabra.
Acaba ahora un trimestre con resultados varios. Llega la primavera. Mañana es otro día. Ya veremos qué nos trae en su alforja. El ciclo aquí es distinto del que se va tejiendo con la naturaleza, pero habrá que empujarlo para que surja vida y acaso también fruto.
jueves, 2 de abril de 2009
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1 comentario:
El fracaso de nuestros jovenes es nuestro propio fracaso,ellos son los cimientos de lo que vendrá, pero no te sientas culpable...al menos tu eres consciente del tipo de sociedad que nos espera...algo habria que hacer!.. pero no es cuestión uni personal, esto, es algo en lo que tendriamos que participar todos,padres,póliticos, y educadores.
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