En esta época de la información, en los días en los que tener los medios de comunicación es tener el poder y la certeza de imponer opinión y formas de conducta para la comunidad, existen formas más tradicionales que también vienen a mostrarse como pequeñas ventanas abiertas todo el día para que entre aire y los vecinos se enteren de lo que ocurre en la vivienda.
Hay en esta ciudad estrecha de Béjar unos tablones de anuncios en los que se mezclan a diario realidades muy distintas. Se hallan situados en lugares relativamente estratégicos y están allí expuestos como edictos romanos de cara a la pared, que incitan a mirarlos a todo el que por allí pasa. Yo me suelo fijar a diario en ellos y son mi primera fuente para el conocimiento de algunas de las cosas que ocupan a mis vecinos. Hay esquelas, anuncios de películas, carteles de Semana Santa (¿Por qué tengo que escribir Semana Santa con mayúscula y no lo hago por ejemplo con feria de septiembre o con semana del pulpo gallego?), algún anuncio de piso que se vende, ofertas diversas, referencias de celebraciones varias…
Me resultan una mezcla excelente y casi explosiva. Ver al lado de una esquela, comiéndose el espacio y peleándose por unos centímetros de tabla, el anuncio de una película me parece una mezcla de sensaciones espectacular.
La gente se detiene en esta ciudad casi solo a una cosa: a mirar las esquelas. Hay una forma de mirarlas que tiene su camino ya fijado y ha ganado la voluntad de los que andan por la calle. El paseante se detiene, mira el nombre y baja la mirada hasta el lugar en el que se indica el lugar del finado. Si resulta no ser de la propia ciudad sino de algún pueblo cercano, lo normal es abandonar el intento y seguir el paseo. En caso contrario, conviene seguir el protocolo exacto. Y lo que pide es enterarse de los nombres de los más allegados para su identificación. Si no resultan próximos, solo queda prestarle un poco de atención a la edad del fallecido.
A partir de este momento, comienzan los comentarios. Los primeros tienen que ver con esa identificación. Y allí aparecen los motes, las viviendas, las costumbres, los trabajos y hasta algún hecho sonado que haya dejado en el recuerdo el muerto. Esta ciudad de Béjar se mueve en el límite de lo conocido y familiar con lo que suena pero no se acaba de identificar, pues a ello obliga su número de habitantes. Siempre hay alguien que ejerce de cicerone y de sabelotodo, que da detalles nimios y deja fotografiado al tipo de la esquela. El asunto puede llevar algún ratito, si es que no hay mucha prisa en los viandantes. Si no se reconoce al interfecto, al menos es frecuente echarle de reojo una mirada a la línea en la que se consigna su edad. Qué crueles comentarios. Como si hubiera edades en las que la vida ya no se mereciera u otras tuvieran el privilegio de dominar la vida y no marcharse de ella de ninguna manera. La verdad es que ya la vida se encarga de recordarnos que sus hilos se cortan en cualquier momento, con cualquier edad y en cualquier circunstancia.
Con la identificación hecha y con los comentarios cumplidos, ahora quedan los actos de acompañar un rato a los deudos o intentar “cumplir” con el rito de la misa o del entierro; al menos, y sobre todo, con eso del pasamanos, una costumbre que se mantiene tan fuerte como mal organizada.
Parecen las esquelas como un último adiós que nos dedica el muerto desde la inmediatez de la pared. Allí, mezclado con los “héroes” gilipollas del cine americano o con el interés de un paisano por vendernos su piso o su coche de segunda mano.
Yo cumplo con el rito de la parada ante estos carteles de la vida y de la muerte. Lo haré dentro de un rato de nuevo. Su imagen es metáfora de los casos extremos en los que nos movemos cada día. También en primavera, por supuesto.
N.B. Acaso volveré a la primavera. Hoy por supuesto no. Tal vez… Mañana.
viernes, 3 de abril de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario