Supongo que estos reyes tan cachondos que han trabajado tanto en tantas partes tendrán por fin algún rato perdido para pasarse de nuevo por aquella tierra que hollaron hace tanto tiempo y para echar una manita a aquel tuerto tremendo. Yo no sé qué se les puede haber perdido por aquí con lo que tienen pendiente en sus propias casas.
Hoy veía en la tele los contrastes de las imágenes de los niños jugando alegremente con sus regalos y las de aquellos otros que no jugarán más. En unos, la risa y la emoción; en otros, los ojos yertos y la sangre fría. En unos, la vida por delante; en otros, la vida toda por detrás. Unos, heraldos de la alegría; otros, heraldos de la desesperación y de la muerte. Unos, sentido de la existencia de los que les rodean; otros, sentido de todo el odio futuro de los que los sostenían en sus brazos.
Y miro hacia las causas y de nuevo aparece la santa religión, y el odio acumulado, y la negación del otro, y la falta de razón, y la falta de confianza en el ser humano como tal, y los asuntos económicos, y las ganas de poder, y eso de la raza, que nadie sabe qué es, y un mal sentido de la supervivencia… Y sigo viendo a los dioses jugar al escondite y al prurito de quítate tú para que me ponga yo mientras sus súbditos se destruyen en su nombre.
Los niños de Occidente abrían sus ojos como platos, entusiasmados ante lo que se les ofrecía; los de Gaza los cerraban para siempre, tal vez por no poder resistir todo lo que también a ellos se les está ofreciendo. Los niños occidentales se han salido del mundo real por un día para instalarse en el de la ilusión; los de Palestina se han ido de él, con el horror a cuestas, para siempre. Los niños de Occidente no saben que otros niños reciben cañonazos de regalo y la muerte en bengalas luminosas. Acaso también piensen que son otros regalos diferentes. Los niños de Gaza no han tenido la suerte de soñar que los regalos de los niños de Occidente se los han traído unos reyes de Oriente.
Ese niño que nació en Palestina hace ya dos mil años no sé qué coños hace que no pone remedio a tanta sinrazón. ¡Ni siquiera en su tierra! Los niños de Gaza quieren tener al lado una mula y un buey que les den buen calor. Porque ahora están muy fríos en tristes sepulturas. Seguro que renuncian al oro, incienso y mirra. Con menos se conforman.
Así que venga, niño, y reyes de regalos y fanfarrias, a trabajar sin tregua en este asunto. No sería mal regalo. Aunque quiebren las grandes superficies.
martes, 6 de enero de 2009
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2 comentarios:
Genial tu entrada de hoy.Un abrazo Antonio
Yo, visto lo visto, sólo pedí que me cambiasen la bombilla de la cocina (que se ha fundido), y...
ni éso D. Antonio... ni tan solo éso!!
(Como para que se cumpla lo demás...)
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