Pues para ganarle un paso al tiempo y no sentir el peso del vacío te marchaste a Madrid, a la gran urbe -acaso la gran ubre- a gozar de un regalo de tus hijos: “Vale por dos entradas para el Circo del Sol”, en el mejor sitio y de las más caritas. Ahí tienes. Ni en sueños te hubieras podido imaginar que alguien te invitara a ti precisamente al circo. Así que te cogiste tus cositas y pusiste, de bonne heure, rumbo a los madriles.
Y sentiste la misma sensación de siempre en cuanto traspasas el túnel de Guadarrama, esa sensación que te acumula la realidad en un conjunto informe e infinito, que te almacena sucesiones de hechos absolutamente diversos en el mismo tiempo y en un espacio casi visible. Bajando hacia Villalba y extendiendo la vista, uno tiene la impresión de que la teoría del caos infinito -o de la armonía infinita, que viene a ser lo mismo- conviene que la sigan trabajando los científicos y los poetas, porque algo tienen que haber de cierto.
Y qué bien que te estuvieran esperando los que siempre te sirven de anfitriones. Enseguida hacia el mercadillo, ese que tú rechazas por completo, pero que te permite contemplar un ejemplo insuperable de las contradicciones absolutas de este sistema absurdo que sufrimos. A veces te aprovechas y, como en un desplante, te abasteces de lo que mejor te viene en gana y dejas a los otros boquiabiertos y sufriendo visiones. Pero esta vez fue un buen momento para huir y acercarte a ver con tus ojitos algo que te apetecía mucho y que te resultó tan atractivo: el Cementerio Civil de Madrid. Tres sensaciones inmediatas por encima de las demás: el estado de dejadez en el que encontraste el recinto, la mezcla indiscriminada de tumbas con cruces en un cementerio civil, y la enorme cantidad de nombres en lengua extranjera en las lápidas.
Nada más entrar, a la izquierda, te topaste con la tumba nada menos que de Pasionaria, y con la de Pablo Iglesias. Casi nada. Cuánta historia, cuántos símbolos, cuántos recuerdos, cuántas ideas a tu cabeza en un momento. Recorriste a pie las estrechas calles del cementerio y descubriste nombres muy solemnes grabados en las piedras: políticos, algún poeta romántico… Pero tuviste la suerte de toparte con las tumbas que guardan los restos de los hombres grandes de la Institución Libre de Enseñanza, con Giner de los Ríos y sus compañeros, allí, muy cerquita de Pablo Iglesias y de Dolores Ibarruri. Y allí te detuviste, y pensaste, y sentiste, y te emocionaste más que en ningún otro sitio del recinto. Por un ratito volviste a creer en el ser humano, en su capacidad, en su sentido común y en su buena voluntad como motores, y les agradeciste de verdad su ejemplo y su trabajo. Qué buen rato pasaste. De los de no olvidar en mucho tiempo, acaso nunca más.
Y volviste al rastrillo, y al amparo del mejor cocido del mundo cocinado por tu hermana, y a la charla y al gusto de encontrarte con gente, con tu gente, con los que siempre aguardan y te quieren.
Y luego a ver el circo, Le cirque du soleil. Y fuiste como un niño durante dos horas y media, y te llenaste de fantasía, de colores, de música, de sonidos, de ejercicios gimnásticos imposibles, de profesionalidad insuperable, de organización perfecta, de otro mundo en este mundo, de romperte las manos en aplausos, de encontrarte feliz y satisfecho plenamente. Y todo gracias a la feliz ocurrencia de tus hijos que apostaron por algo que, en principio, no encajaba en ningún esquema y resultó ser un regalo perfecto.
Y luego a ver la noche navideña por el Madrid antiguo de los austrias. Y si es Madrid fantástico de día, mucho más por la noche, con sus luces al viento, con sus edificios ahora también tomados por las luces en medio de la noche, con su bullicio eterno, con esa rapidez que no se para a ninguna hora, con ese latido intenso en cada esquina. Que Madrid es Madrid y ya está todo dicho.
Y aun hoy por la mañana tuviste oportunidad de darte un repasillo por el Prado. Unas colas muy largas y la escasez de tiempo te impidieron ver la obra en exposición de Rembrandt. Para otra vez será. Pero volviste a tus clásicos: a tu Velázquez con su Cristo (tu obra pictórica favorita), una salas de Goya, con su sala de Pinturas Negras como capilla Sixtina del arte moderno, y algo del Greco.
Y a toda carrera, a Ávila, a comer con tus hijos, contento y satisfecho, a compartir con ellos tus alegrías y a desearos muchos días como estos.
Y a la misma carrera, a Salamanca. Otra vez a tu madre, que siempre está a la espera de tus ojos. Y sus ratitos de silencio y de serenidad, y sus largos ratos de zozobra y perorata. Qué contrastes en tan escasas horas, aunque esta orquesta la llevas de fondo durante todas las horas del día y de la noche. Ahora el tiempo volvió a sus proporciones. O se salió de ellas, que esa es otra.
Y se llegó la noche y la hora del reposo. Y volviste a tomar la dirección a casa, a esta ciudad estrecha bejarana. Y llegaste de nuevo con la contradicción en la memoria, con la alegría y el gozo, con la tristeza y el desconsuelo a cuestas.
Y aquí andas resumiendo en unas líneas lo que es mucho más denso y más intenso.
domingo, 4 de enero de 2009
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1 comentario:
Día pleno que no es poco.
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