La vida se consume en la acción y acaso lo demás sean sucedáneos y malas fotocopias. El ser humano nace con el único sentido de actuar, de realizar acciones, por más que estas no alcancen ningún sentido real.
Por eso el primer nivel de análisis y de definición es el biológico. O sea, que soy un ser que nace, crece, se multiplica y muere. Esencialmente eso. Acaso solo eso. Por más que me rebelo y me revuelvo con ansias de encontrar otros niveles que me justifiquen y que me den sentido.
Me miro y me remiro, y, en este nivel me siento pleno. He tenido el privilegio de que los tiempos se apiadaran de mí, de que me salvaran de la nada y del olvido, y de que me dieran la oportunidad de asomarme al mundo para ver cómo se desarrollaba esta comedia. ¿O esta tragedia? Crecí de aquella manera, en unos espacios y en unos tiempos tan evocadores desde la mirada del presente, que con frecuencia me llaman a su regazo, en las manos del recuerdo. Por el mundo corren mis hijos, fruto de esa reproducción a la que parecen someterse los parámetros regulares del ser humano. Y ya lo hacen por su cuenta, con una preparación más o menos adecuada para poder defenderse de los lobos. Solo me queda rendir cuentas a la muerte como final de trayecto.
Esto es lo que ha venido haciendo casi todo el mundo desde tiempos inmemoriales. Y casi todos lo han hecho a edades más tempranas, hasta hace cuatro días, pues pasar de los cuarenta o de los cincuenta, para estos niveles biológicos, empieza a tener escaso sentido. Hay un momento en el que la cuesta abajo empieza a dar certezas del estorbo en que se puede ir convirtiendo el individuo. Si se llega a la jubilación, el cuadro está repleto y ya no hay más que cargas para la naturaleza. Y para la comunidad. Las generaciones se van sucediendo y solo las inmediatas en la serie parecen mantener la obligación de soportarse y de ayudarse. Los avances médicos solo vienen a poner en evidencia las quejas de la naturaleza y las reflexiones de muchos científicos por esa obsesión en mantener la duración de la vida humana. Parece duro el cuadro, pero estoy dispuesto a desarrollarlo. Nos daría un cuadro de pintura negra de Goya por lo menos.
Sobre ese nivel de supervivencia biológica, se alza la actividad humana de aquellos que tienen cubiertas sus necesidades vitales y apuran sus horas en el desarrollo de otras actividades de tipo intelectual y cultural. Y enseguida me surgen las preguntas: ¿Qué hacen estas actividades que no se someten al intento de mejorar las condiciones de exigencia del mundo natural? ¿Por qué no se le conceden las mismas oportunidades a todos los seres de participar de los dos niveles? ¿Qué coños hago yo aquí conjeturando sobre teorías y no dedicando esfuerzos a mejorar los medios para que la gente que me rodea tenga unos ritmos de vida natural mejores? ¿Para qué escribo yo poemas que se detienen en la belleza de un amanecer o me sosiego en el significado de esta o la otra metáfora o símbolo cualesquiera? ¿Debo romper el blog y dedicar mi tiempo a otros menesteres? ¿En nombre de qué se desarrollan actividades en ese nivel cultural que aparentemente no repercuten en la armonía con la naturaleza? Me propuse, hace ya mucho tiempo, salvar con la palabra al menos un momento de cada día. ¿Merece la pena?
Y, sin embargo, sé que no sería humano sin ese segundo nivel de experiencia vital, sin esos apartes de reflexión frecuente, que mi vida sería menos intensa y sabrosona sin abstraer un poco. Quizás por eso la tendencia -también en la poesía- hacia la reflexión y hacia la carga de contenido.
Pero hoy prefiero dejar estos apuntes secos y provocadores por si algún alma caritativa me ofreciera su aliento y su consejo. O, vete tú a saber, me pusiera en mayor confusión aún que la que ya me habita. Ya seguiremos. Vale.
NB. Debo entender estas notas de aplicación estrictamente personal e intransferible. De otra manera, mi apocamiento no me permitiría darlas a la luz.
viernes, 9 de enero de 2009
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6 comentarios:
Con la venia:
Mientras desarrollas tu intelecto, te cultivas a ti mismo.
No tiene porqué haber ninguna otra proyección ni razón, ética o práctica; salvo que tú te lo propongas, que tú quieras añadir cualidades al acto intelectual.
Cultivarte a ti mismo te acerca al mundo del que procedes, te ayuda a comprenderlo y a aceptarlo y como consecuencia de ello, ya estás "produciendo" algo ético y positivo.
Así lo veo yo. No sé si te servirá de algo.
En resumen: tira el blog si te lo pide el cuerpo pero no por consideraciones morales.
Bah, hoy no sé si comentar porque le voy a echar la bronca... (y no tengo yo confianza para esas cosas...!)
Revísese el sentido de las palabras de esta entrada y sus verdaderas intenciones. Y vengan los reproches que tengan que venir. Con sosiego y calma, que esto tiene mucha enjundia y no se puede despachar tan fácilmente. Un abrazo.
Ahhh, entonces vaaale, perdón D. Antonio. Lo interpreté como una duda seria de abandono, ya sabe... saltó mi instinto animal.
Pero ahora que lo pienso, hago mía su reflexión y me hundo en la miseria... porque a estas alturas del juego, cuando el tic-tac de mi reloj cada día suena más débil, ni siquiera tengo aún cubierta la parte biológica (vamos, que se me pasa el arroz y aún no tengo hijos!).
Juu, y si a ésto le sumo a mi escasez de medios intelectuales... y que encima hoy es domingo por la tarde (que aún deprime más...) cachisssss, lo siento, tengo que marcharme a por un clínex y un trocito de chocolate!!!
(instinto de supervivencia, jeje)
Un abrazo.
No estoy de acuerdo del todo. Hace tres días cumplí 59. Es algo que me contraría, por dejarlo en eufemismo. No el hecho de cumplir años, pero sí la conciencia de la cuesta abajo. Viene incomodándome desde hace ya un tiempo.
Siempre la dualidad activos/contemplativos. Ya sabes que yo pertenezco más al grupo de los primeros: no tengo esa fluidez tuya para plasmar en palabras las ideas que me abejean por la cabeza. Como a todo el mundo, son los años los que me han hecho más reflexivo, más dado a la contemplación. Sin embargo, no doy por terminado mi ciclo activo. Ni mucho menos. Y, si es verdad que merma aquel mi vigor de juventud para hacer cosas, mi empeño mental en hacerlas tiene más empuje que antes, porque me siento más seguro, menos condicionado y casi absolutamente independiente.
Así es que hago cosas que me gustan, y con ellas dedico mis “esfuerzos a mejorar los medios para que la gente que me rodea tenga unos ritmos de vida natural mejores”: enseño (trato de enseñar) a mis alumnos a descubrir el mundo y a disfrutar de él; preparo para mi hija, sobrinos y nietos teatrillos con los que todos nos divertimos; asombro la ingenuidad de mis nietos con cualquier nadería; y me embarco en algún otro asunto que no viene al caso. Todo ello tiene que ver con la supervivencia biológica: la de los otros y la mía. Exactamente igual que lo que haces y harás tú: ¿o es que no has pensado ya que en cuanto tu nieto tenga seis años te lo llevarás al monte? Lo que te pasa es que, como propendes “hacia la reflexión y hacia la carga de contenido”, das demasiadas vueltas al coco y –te lo han dicho alguna vez- haces poco bricolaje. Pero tus lucubraciones cotidianas nos hacen pensar, sirven para que nos comuniquemos y, con ellas, mejoras los ciclos biológico-mentales de quienes te leemos.
Tampoco estoy de acuerdo en que “los avances médicos solo vienen a poner en evidencia las quejas de la naturaleza”. Ni mucho menos. Recuerdo a mi padre con mi edad, y le veo bastante más viejo que a mí: hago una hora de deporte de competición al día, y me lamento de no haber empezado más joven. Lo que noto es la falta de tiempo para la acción. No de tiempo presente, sino de tiempo futuro. Y no es que mi apetito de actividad sea una huida hacia delante, sino que la reflexión me pone los pies en la tierra.
Hace dos años vino a Málaga un amigo de setenta años. Pilló una gripe que le tuvo en cama durante ocho días. Cuando fui a verle, me dijo: “Maldita vejez”. Y ese es el problema: que la vejez aguarda cuatro manzanas más adelante, al torcer la esquina.
Pues ahí, ahí, dándole vueltas. El asunto creo que es muy complejo y yo no hice otra cosa que apuntarlo, y con algún ánimo de provocar. Y gracias por la invitación al bricolaje. Tengo una hermana que me hace literalmente esta misma recomendación casi cada día que hablo con ella.
Pero, en este paréntesis, lo más importante es tu cumpleaños. Y yo no te había felicitado. Así que, ya sabes, felicidades y un abrazo.
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