lunes, 22 de diciembre de 2008

UNA BRIZNA DE SOL

El día me ha cogido sentado en mi sillón, en soledad mi casa, en soledad conmigo, “estando ya mi casa sosegada” (dejémoslo solo en el nivel de la realidad física). Leía con placer un texto de autor desconocido para mí, “El silencio roto”, de Mariano García Torres. Daba ya casi fin al libro de cuatrocientas páginas. Llevaba un largo rato, no sabría decir cuánto, sumergido en otro mundo, en el de la novela y en el traslado que siempre hago de los textos de ficción a este mundo que habito (los quiero fundamentalmente para esto). De repente, algo se iluminó tenuemente. Una brizna de luz solar se había colado por los cristales. Y lo que hasta entonces había sido gris por todas partes se dividió en contrastes. En lo alto del lomo de la loba, desde la atalaya blanca de la nieve, se desprendía un destello de luz que se lanzaba directo, como una flecha encendida, hasta la hoja del libro.
Enseguida extendió sus dominios y la mancha dorada se fue ampliando por momentos hasta llenar de luz de oro lo que se ofrecía a mis ojos y a mi imaginación. Con el espacio crecía también la intensidad de la luz hasta cifrar el cuadro en un tono de oro. Un plano eran mis ojos, desde otro laberinto gris oscuro, que se iban azarosos hasta la página en luz. Otro era el del espacio que mediaba entre mi vista y las palabras. Y el último el del reino de la luz de las palabras.

Pero los planos se fueron sucediendo e intercambiaron sus funciones. Lo que antes era luz sobre la página se amplió hasta ocupar un espacio de claridad en el ambiente, en esa zona vacía que se cuela entre los ojos y la página. Y enseguida se fue a llenar de luz mis ojos, que ahora se quemaban en la hoguera y desde ella salían en busca de las ideas de la cuartilla. Qué sucesión de ángulos, qué caleidoscopio, qué milagro de luz.

Había tardado el sol en dar muestras de vida, tal vez acobardado por el cambio de ciclo, andaba allá escondido detrás de la montaña y vino sin aviso a jugar con las formas, con las letras, con mi vista y con el espacio a su antojo. Quizá en ese momento lo que era solo libro se transformó en hoguera y se me hizo patente que estaba ya en invierno, que todo eso de la luz y de la noche no era para echarlo en olvido, sino para vivirlo y para gozarlo en cada instante.

Y descansé del libro, alcé la vista al cielo, y vi el sol ya asomado y deslumbrante, y la montaña enfrente, con luces y con sombras, y la ladera sur con luz diáfana, y el día en movimiento, y las calles con gentes sin destino preciso, y la vida bullendo.

En esa vida, con el sol luciendo y jugando a su antojo, también todo lo mío. Estas notas al vuelo, la música de José Lidón que me acompaña, y un día por delante para que me lo coma a dentelladas. No sé si tengo hambre, pues hoy está mi casa sosegada.

4 comentarios:

Donce dijo...

Que el 2009 le llegue repleto de otros tantos lindos momentos.
Un saludo

mojadopapel dijo...

Cuanto tiempo hace que no puedo saborear de una brizna de sol tan sentida como describes, saber disfrutar de estos ratitos es un privilegio que no todo el mundo siente, y hacerlos llegar no todo el mundo sabe, tienes un don y te doy gracias por compartirlo.Besos.

Sinda dijo...

Ni Platón hubiera encontrado mejores palabras para describir el mundo de la luz. Tú sí que eres -cuando quieres- luminoso.
Un beso para los dos.

PS: Si es que soy bruja. ¿No te dije por teléfono que ya mismo Donce entraría en tu terraza? Qué linda que es!

Antonio Gutiérrez Turrión dijo...

Y yo que lo agradezco. Un abrazo para todas.