lunes, 29 de diciembre de 2008

COLÓN, COLÓN, Y SUS HIJOS CRISTOBALITOS

Ayer tuve la oportunidad de oír durante unos breves minutos, a través de una emisora de televisión adicta al asunto, la perorata del cardenal Rouco a los asistentes a la plaza de Colón de Madrid. Una llamada inoportuna me impidió seguir todo el responso, pero lo fundamental lo oyeron mis orejas, y los medios se han encargado de difundirlo a los cuatro vientos.

Todavía hay que gastar el tiempo en obviedades como la de que tienen todo el derecho del mundo a manifestar y lanzar a los cuatro vientos sus opiniones y sus creencias. Por cierto, no es exactamente lo mismo una opinión que una creencia. Así que sea y no volvamos a ello.

Media jerarquía y un buen número de fieles, llegados con todo su esfuerzo desde todos los lugares de España, parecían querer reafirmar públicamente su concepción de la familia. Hasta ahí ¿quién puede oponer ninguna cortapisa? Que vayan y se diviertan, que se junten y se animen mutuamente, que vivan su vida y hasta que traten de animar a los demás a que también la vivan de esa manera. A nuestra manera, un poco lo hacemos todos con nuestras cosas. Hasta aquí yo también me sumo a los cristobalitos. Pero hasta ahí, ni un paso más.

El choque de civilizaciones se produce cuando queremos imponer nuestro modelo como único y para ello cercenamos las posibilidades y los deseos de los demás, siendo así que a nosotros no nos molestan para nada. Y aquí, una vez más, y el número ya es infinito, entran en juego los asuntos religiosos y los monoteísmos como ley de vida. Todos terminan en la exclusión y en el rechazo más absoluto Y en cuanto se les afloja un poco la cuerda -ahí está la Historia para demostrarlo-, en nombre de esos absolutos basados en elementos irracionales, desatan todo el diluvio universal en forma de torturas, muertes e injusticias sociales.

Que toda esta gente quiere solo el matrimonio entre hombre y mujer, coño, pues que lo ejerciten y no vayan tanto de putas de alto copete. Que no son partidarios del divorcio, coño, que no se divorcien (que se han aprendido el camino y no paran). Que el aborto les parece un crimen, coño, que no lo practiquen ni inviertan en acciones para construir clínicas en las que se aborte, aunque sus cuentas de resultados sean un poco menos orondas; que sumen esfuerzos para cambiar una ley aprobada en el parlamento por mayoría.

De nuevo se quiere imponer eso que llaman ley natural, que hacen aflorar y que interpretan a su manera y conveniencia, con sus sátrapas misteriosos y únicos, a la ley positiva, democrática y racional. Y así el entendimiento es difícil, o más bien imposible.

Tampoco quisiera yo simplificar demasiado el asunto porque la discusión ley natural frente a ley positiva viene de lejos y nada hay del todo solucionado, pero nunca desde esa irracionalidad y desde ese fanatismo. La ley natural, si tiene que ser, lo será desde la racionalidad, no desde las gilipolleces.

¿Por qué no se habla de la esencia del matrimonio como acto de convivencia y de amor? Los muy míseros se quedan en las formas y olvidan lo esencial. Tal vez porque
no tengan demasiado que ofrecer a tantos matrimonios “no tradicionales ni bíblicos” sino más bien mucho que aprender de su sensibilidad y de su vida. ¿Qué se han creído estos tipos, que los que no estaban en Colón no quieren a sus hijos ni se esfuerzan en la convivencia día a día? Eso sí que es un insulto farisaico.
Por cierto, ¿repasamos las relaciones familiares de Jesús con su familia según los datos bíblicos? Alucinantes.

Y una última y eterna pregunta que me formulo siempre: ¿Qué cojones saben Rouco y los suyos de familias? ¿Acaso tienen hijos estos padres? En fin.

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