sábado, 20 de diciembre de 2008

¿PARA QUÉ VALE LA HISTORIA?

Hacía mucho tiempo (tal vez un año) que no acudía a las reuniones del Centro de Estudios Bejaranos. Esta mañana he gastado unos ratos en una de esas convocatorias. Nuevo número de la Revista, Discursos pendientes, Asuntos económicos… Cada día me siento menos cerca de sus actividades. Creo que hay gente que sigue arrimando esfuerzos y esto es de alabar, sobre todo en una ciudad en la que las energías se van en otros menesteres. Vale, enhorabuena. Pero también me parece evidente que todo allí tiene un sesgo claramente histórico y que todo lo que se aporta en palabra y en papel se hunde en el pasado

A mí todo eso me deja demasiado frío. Todo lo que no tenga una repercusión clara en el presente me parece casi sin sentido. Cada día me reafirmo más en la idea de que hay una desigualdad demasiado evidente entre los esfuerzos que se gastan en la descripción de los elementos de tipo histórico y su aprovechamiento en los tiempos actuales. ¿De qué me sirve una investigación en la que se llegue a describir al detalle cómo era la captación de aguas en el S XVII si no extraigo alguna consecuencia para aplicarla al S XXI? Me invento el ejemplo pero podría poner muchos reales. Pues lo dicho, que me aburro bastante. Lo contradictorio del asunto (así soy yo una vez más) es que luego me las leo todas y termino con un dosier enorme de asuntos que tienen que ver con el pasado de esta ciudad y de esta comarca. Comprendo que, sin el pasado, no se entiende el presente, pero creo que el esfuerzo hay que aplicarlo sobre todo al tiempo real, a este en el que me toca sufrir y gozar. En el fondo acaso sea un aristocrático asquerosín pues veo a los historiadores como obreros estajanovistas, como ratones de biblioteca que después me dan a mí el trabajo elaborado para que yo lo deguste desde mi butaca, en la terraza y mirando al tendido.


Si yo tuviera poder, seguramente eso supondría que tenía que haber pasado por el trayecto de su adquisición, de su goce y del acecho ante su posible desaparición. No poseerlo al menos me evita el sufrimiento de andar siempre guardándolo, la sospecha de que los demás me acechan y la probabilidad, casi la seguridad, de que mi situación irá a peor. No está tan mal. Casi lo vamos a dejar así. Entre otras razones porque, aunque deseara otra cosa, no sé de qué manera podría lograrla. Me parece que estas palabras son de Tierno Galván: “El poder es como un explosivo: o se maneja con cuidado o estalla”. Pues eso.

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