martes, 2 de diciembre de 2008

LEJOS DE TANTAS COSAS



Lo conocí hace años. Era un alumno díscolo pero no por hacer cucamonas a la pava de turno. Qué va. Algo me hizo sospechar que su mente andaba barruntando que aquello de los versos de Guillén (“El mundo está bien / hecho”) había que tomárselo a título de inventario y que quizá no estaría de más echarle una ojeada por si acaso. Porque sí que leía, y a veces comentaba con un sentido extraño.

Después de mucho tiempo, volvió a aparecer cercano y atrevido. Publicaba sus textos y sus dibujos, siempre llenos de chispa y de sorpresas, en el mismo semanario en el que yo repasaba ideas también con la palabra. Pude conversar con él bastantes veces. Y ya observaba síntomas de que la vida se le empezaba a ir en excesos. Pero yo conversaba con él muy a mi gusto en casi todas las ocasiones. Sus ideas andaban a destajo, sus dibujos también, su ritmo era su ritmo, ya tan lejos del ritmo más mostrenco. ¡Aquel “Una copita de absenta” qué buen sabor despedía!

Había perdido su pista hasta que esta mañana me lo encontré sentado en una acera, tomando el sol de frente y apoyado en el dintel de una puerta. “¡Coño, Antonio, cuánto tiempo sin verte, dame lumbre!”. “Apunta con el cigarro al sol que seguro que, al cabo de un rato, se prenderá solo”. Y después su mirada, y su tono de voz, y su esencia perdida, y su empeño en contarme lo que no le hubieran dejado sus palabras, y el intento de abrazarme y de besarme, y su mente y su cuerpo cargados de malos compañeros, y…

Aguanté cinco minutos, pero no pude más. Y allí quedó voceando, bailando justo en medio de la plazoleta, asustando a los muchachos que volvían a casa a la hora de comer, con su mundo en el cuerpo, lejos de tantas cosas, no sé con qué dominio de sus cosas (o tal vez sí lo sé), con escasos deseos tal vez de volver al camino.
Lo volví a recordar en otros tiempos y noté un sentimiento de tristeza. Es de noche y no sé por dónde andará ahora. Le deseo suerte. No sé decir más cosas.

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