Qué día de contrastes este de finales de diciembre. Mis hijos se marcharon y nos dejaron solos y solitarios, silenciosos y mustios. Es verdad que volverán enseguida, pero a estas despedidas no me acostumbro del todo nunca. Mi madre ha estado nerviosa cuando la he ido a visitar por la tarde, y no lo paso bien en esa situación. No entiendo para ella (creo que para nadie) ni un solo gramo de sufrimiento, y la certeza de que este se produce provoca en mí unos desajustes que no puedo explicar y que me sumergen en un pozo de niebla y de preguntas. Menos mal que al menos descubro voluntades que en otros tiempos me han parecido más remisas y que ahora las veo más solícitas y dispuestas a la compañía y a la ayuda. Algo es algo.
Y vuelvo hasta mi casa y me refugio de nuevo en mis adentros. Y me siento rarísimo también en este año de crisis que termina. Predican las doctrinas más al uso que hay que darle aire al dinero. De esa manera circulan los capitales y dicen que se genera más trabajo y más consumo. Yo no entiendo ni torta, y esto lo entiendo menos. ¿Qué hago yo con unos ahorrillos, conseguidos más por inercia, por estilo de vida y por falta de consumo que por deseos y estrategias? Pero si hasta mi amigo banquero José Manuel me riñe por no ponerlos en no sé qué cuentas que me rendirían no sé qué dinero. Y yo como un imbécil en una cuenta al día y sin intereses. ¿Y qué hago que no cambio de coche pues el mío tiene más de dieciséis años? Debería cambiarlo cada ocho para así generar más producción y más empleo. Me surge una duda metódica que seguro que alguien me podría solucionar: ¿Y por qué no lo cambio cada seis meses -o cada seis semanas- y así la actividad de fabricación se tornaría frenética? Incluso cada seis días ya que andamos en tiempos de crisis. Seguro que algo semejante habría que hacer con los alimentos. En vez de comprar dos kilos de fruta, vengan dos arrobas. Lo que no comamos lo tiramos por la ventana. Venga, que los árboles produzcan más y que se elimine el paro en el campo. Y si de edificar se trata, a por tres casas cada cual y se acabó la crisis del ladrillo.
Lo que digo, yo soy un tipo tan raro que no entiendo nada de nada. Así me va, claro. La verdad es que miro al mundo y no noto que le vaya tan bien precisamente. Hay gente que asegura que otro modelo de crecimiento y de vida es posible. Me gustaría estar con ellos. Es más, creo que lo estoy. Claro que entonces, la publicidad, el mundo del negocio por el negocio y la escala de valores que nos mece en la modorra sospecho que las iban a pasar putas. ¿Sospecho?
domingo, 28 de diciembre de 2008
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