martes, 30 de octubre de 2007

VIAJE

Creo que era Alberto Moravia el que decía algo así como lo que sigue: "La amistad es más difícil y rara que el amor. Por eso hay que salvarla y conservarla."
Salgo mañana, a buena hora, para Málaga. Me aguarda la amistad, esa que yo tengo que cultivar para salvarla y para conservarla. Es verdad que hay cultivos agradecidos y feraces a poco que riegues la tierra en la que se siembra. Hay amistades que duran en el tiempo y que incluso se perfilan cada vez con más cimientos. Aunque digan que la distancia es el olvido. Así que brindaré con Antonio y con Jesús, con Mercedes y con Sinda, con Nena y conmigo mismo, con Chus y con Charo. Y alzaremos la copa en honor de nuestro Juan, que nos dejó y nos unió estos días en su recuerdo. El mar Mediterráneo acogerá nuestra presencia y nuestras charlas en sana compañía. ¿Hay algo que se pueda comparar a esto? A por ello.

1 comentario:

Jesús Majada dijo...

Yo, cuando vivía en Béjar, era de café con leche y pan con mantequilla. Luego llegué a Málaga, apostaté de ello y me convertí a la tostada con aceite: dicen que es más salutífero y -en esto no hay ninguna duda- mucho más digestivo. Desde luego, el aceite ha de ser de oliva. Tengo un amigo de Jaén que dice –con razón- que eso es una redundancia, pues aceite sólo hay uno, el de la aceituna; que los demás son grasas vegetales y que la mantequilla no pasa de grasoja.
Hace quince días que disfruto de mi desayuno andaluz DESDE MI TERRAZA. Es un placer, un placer añadido. Como ahora trabajo por las tardes, puedo hacerlo con pausa y delectación: entre sorbo y sorbo de café, veo ahí abajo el Cuerpo de Hombre, asisto a los botellones, contemplo la sierra o me acerco a Sangusín. También comparto reflexiones para, a veces, agarrarme a lo que queda, que no es mucho: a estas alturas, cuando vienen mal dadas, uno ya no levanta los puños ni alza la vista al cielo; se aguanta como se puede la acometida de la rabia y se dejan pasar los días con estoicismo pagano.
Hace ya algún tiempo que aprendí a hacer y disfrutar de cosas que no sirven para nada. Pero cuando empecé a leer lo que Antonio contaba desde la terraza me infestó el maldito pragmatismo que nos acorrala y me pregunté si esto de escribir todos los días en el blog no sería una mezcla de ejercicio estéril y vicio solitario: al fin y al cabo, nada le pagan por ello y apenas sabe si le leen.
A los pocos días mi perspectiva cambió. Antonio no era voz que clamara en el desierto, pues si a mí me había enganchado, es posible que otros también lo estuvieran. Y me di cuenta de que no era yo solo el que frecuentaba la terraza, y de que la lectura de sus artículos no sólo fortalecía los lazos que me unen a Antonio, sino que a través de él otras personas (conocidas y desconocidas) me tendían su mano, y de que –mira tú por dónde- volvía jubiloso a practicar una nueva comunión diaria (eso sí, virtual).
Así es que, Antonio, te he incluido entre mis favoritos: siempre lo has estado, pero ahora me refiero a los favoritos de Google. Y cada mañana -antes de mi ojeada por El País, El Mundo, ABC y SUR- disfruto con tus palabras: las sencillas, las socarronas, las encendidas, las que comentan lo evidente, las que desvelan lo mixtificado, las entrañables, las rebosantes de sentido común, las amorosas…
Espero con impaciencia que me cuentes la llegada del otoño bejarano: las tonalidades de los castaños, las primeras nieves en la sierra... Hace muchos, muchos años que no disfruto de él, aunque permanece bien guardado -envuelto en nostalgia- en un cuidado rincón de mi memoria.
Hasta esta tarde. Un fuerte abrazo para ti y para los que frecuentan tu terraza.
Jesús Majada.