jueves, 25 de octubre de 2007

LA ANALOGÍA

Una de las reglas elementales que tiene que regir el razonamiento humano es la de la analogía. Sin ella todo se vuelve arbitrario y hasta caótico. Pero uno tiene la impresión de que se trata muchas veces de una ley teórica que está puesta en papel de estraza y guardada como en museo, porque la realidad nos enseña que se practica solo de vez en cuando y de aquella manera.
No sé por qué tiene uno la manía de darle vueltas a algo que no puede arreglar y solo, si acaso, describir. Pero es que hay gente pa to y en algo hay que entretener el tiempo porque para otra cosa no le llaman a uno.
Vamos al caso de la analogía de hoy. Dos noticias. Una colea y engorda desde hace varios días: un desalmado ha agredido a una chica ecuatoriana en el metro de Barcelona. Ninguna lesión física notable en la agredida. El vídeo ha servido a los medios de comunicación para tirar del asunto durante varios días. A partir de él se ha cuestionado todo: se han rasgado las vestiduras por la evidencia de hechos racistas, se ha cuestionado la actuación de la justicia y terminarán pidiendo la dimisión del ministro correspondiente. La otra noticia habla de más de cincuenta desaparecidos en una patera en alta mar. Agunos en la misma patera y otros, la mayoría, como comida fresca para los tiburones. A esta segunda apenas se le ha concedido un minuto en algún telediario y se la ha dado de paso como quien se moja y a la vez le gusta la lluvia. !Más de cincuenta muertes frente a una agresión sin lesiones físicas! Por supuesto que hay que rechazar la "machada" del subnormal de Barcelona, pero habría que trabajar algo más para desenmascarar a las fuerzas que permiten y hasta alientan las posibilidades de las muertes en las pateras. Esas fuerzas y esas personas sí que merecen salir en los papeles para mofa y befa de todo el mundo. Seguramente los que al fin deciden unas estructuras u otras se sientan en buenos sillones y no viajan en metro nunca sino en coches de lujo y en yates propios con muchos metros de eslora. A estos, en cambio, los aplaudimos cuando escuchamos los beneficios que han conseguido en todos los ejercicios económicos, los admiramos cuando nos enteramos de que han abierto fábrica en no sé dónde con salarios por el suelo y producciones elevadísimas, y los jaleamos cuando se dejan ver en sus mansiones o asisten al acto social de no sé qué tipo. Si puede ser, hasta nos situamos cerca, como perros en celo, para lamerles la mano o para soltar un oh de admiración.
¿Dónde está la analogía, el comportamiento igual en situaciones similares? Todo es una impostura y contribuir a ella nos convierte en impostores. El mundo es una gigantesca impostura y una pasarela en la que se falsea todo, en la que todo es apariencia y en la que los medios de masas se inventan las noticias que regulan y moldean las conciencias de las masas. Y no actuar con analogía nos animaliza y nos degrada irremediablemente. Hasta llegar a pagar dinero por las palabras de los imbéciles, de este de Barcelona y de los otros que se citan también más arriba. Hasta llegar a dejarnos hipnotizar y dirigir por los que realmente tienen el poder. Este subnormal de Barcelona está bien amortizado desde el primer minuto; sacarles producto a los otros resulta tarea mucho más ardua, pero más importante.

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