martes, 16 de octubre de 2007

VANITAS, VANITATIS

¿Para quién escribe el creador? La creación, por más que la discusión comunicación-conocimiento no tenga fin, es un acto undividual, pero también es un acto de comunicación, colectivo. Quiero decir que se genera en soledad, pero se genera en complicidad con alguien, aunque ese alguien sea el mismo creador desdoblado. De tal manera que no existe creación salvable si no es desde el momento que ha complacido al creador, que se convierte en su primer censor y en el primer degustador de lo bueno y de lo malo de aquello que haya sido creado. De hecho, seguramente la mayor satisfacción tiene lugar en ese reconocimiento de lo bueno y de lo malo, de las limitaciones y de las sugerencias, de las posibles interpretaciones y del limbo casual del que salen muchas veces las palabras, los colores, las notss o los planos. Cuando el autor se siente a gusto con la obra, corre el riesgo hermoso de verse recompensado por el hecho de que a otras personas también les guste.
Hay autores que, en la hora de la creación, sientan a su lado a un arquetipo imaginario de lector, de receptor de la creación. Tal receptor se convierte, entonces, en coautor de lo que se va tejiendo con palabras o con cualquier otro material creativo. Con el referente al lado, se eliminan elementos o se encauzan ideas que terminan desarrollándose al cobijo de lo que diga el tal espectro.
¿Cuál de las dos fórmulas es la mejor? Yo no tengo una respuesta definitiva. Parece más honrado satisfacerse a uno mismo con independencia de lo que pueda llegar a pasar con los demás. Al menos se duerme más tranquilo y -ya lo he dicho- seguramente termina uno encontrando algún similar que se identifique o que se aproxime en gustos a lo que allí se manifiesta. De modo que, si hay que pasarse por algún lado, que sea, sin dudarlo, por este. Pero la obra aspira a ser considerada y, en elmundo en el que vivimos, no hay obra de arte sin el receptor. Quiero decir sin al menos un segundo receptor pues el primero es el mismo creador. Y ahí están ya el maldito mercado, las modas impuestas, las tendencias, el canon y hasta el kilo de arroz que hay que comprar con los escasos réditos del arte. De modo que,aunque me venzo sin ambages hacia la primera opción, no seré de los que pongan muchas pegas a los que se les ve el plumero en la otra opción. Eso sí, que se sepa al menos disimular.
Existe una inteligencia analítica y académica, pero también existe otra inteligencia práctica y comercial. Porque, cito a Sternberg a través de Eduardo Punset: "Primero hay que tener la idea, luego hay que ver si esta idea funciona y, finalmente, señoras y señores -lo siento muchísimo-, hay que venderlo". El que tenga necesidad de venderlo, se entiende, que ni Fray Luis ni San Juan vendieron nada y ahí están.

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