lunes, 8 de octubre de 2007

EL VALOR DE LAS PALABRAS

Seguramente nuestro vocabulario termina siendo al cabo del día mucho más reducido de lo que imaginamos. En realidad, andamos dando vueltas a unas cuantas palabras que repetimos y repetimos hasta el hartazgo. Si supiéramos en realidad el número de vocablos que utilizamos en un día, nos quedaríamos asombrados por lo exiguo del mismo. Incluso los más leídos y los más "escribidos". En realidad, es algo ya estudiado. Como, además, los medios de comunicación nos mueven a su antojo, según sus intereses, las posibilidades se achican y casi todos andamos en los mismos tópicos. Si al menos utilizáramos las palabras con alguna precisión... ¿A que nos suena esta lista: Constitución, diálogo, identidad, laicismo, opinión pública, paz, pregresista, reaccionario, liberal, pueblo ciudadanía, derecha, izquierda, Estado, inmigración, nacionalismo, parlamento...? Los medios las traen a nuestros oídos continuamente. Con ellas se mueven las conciencias, se puede causar mucho dolor y mucho placer, se puede descarnar la realidad o disimularla, se ayuda o se entorpece la comunicación y la felicidad de las personas, se argumenta o se rebuzna, se... Casi todo. No, las palabras no son inocentes; nunca lo han sido.
Algunas cambian su significado tanto que no hay quien las reconozca al cabo del tiempo. Una de las más prostituidas en estos tiempos en el vocablo "liberal", ese con el que se le llena la boca a ese grupo que grita por dar paso a las leyes del mercado como reguladoras del quehacer humano. Siempre que a ellos les vaya bien, se entiende. A comienzos del S XIX se formaron los primeros grupos liberales y su actuación en la Constitución de Cádiz (la famosa Pepa) fue decisiva. Pero en absoluto aquellos liberales son estos liberales de hoy día. Se morirían de vergüenza si los vieran. Aquellos (por resumir) aspiraban al cambio profundo en las estructuras sociales, religiosas y económicas; estos gritan por conservar los privilegios que atesoran; aquellos miraban hacia el futuro, estos se quedan en el presente y todo lo que huela a reforma y a cambio lo ven como obra del maligno. Nada que ver. Y en solo un par de siglos. Si estos egoístas actuales se parecieran a aquellos, entonces nos apuntaríamos muchos. Y así embaucando día a día y hora a hora.
Las palabras no son inocentes. Nuestra aproximación a la realidad se hace a través de ellas. Manipularlas y falsearlas es falsear la realidad. Cuidado con los predicadores, cuidado con ellos. Y, si predican desde los púlpitos radiofónicos o de los otros, más cuidado todavía. Ya son bastante imprecisas las palabras como para que vengan usándolas para engañar al personal. Así que a gritar por el valor de la palabra, pero de la palabra sin dobleces. Siguen teniendo vigencia los versos del poeta: "...Si he perdido la voz en la maleza, / me queda la palabra".

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