miércoles, 17 de octubre de 2007

AL SOL QUE MÁS CALIENTA

Hay días en los que mis horarios laborales me conceden algunas horas libres en esas horas de la mañana en las que todo el mundo ha tenido ocasión de dar los buenos días a la vida en forma de trabajo o de paseo. Es mediodía. Luce un sol espléndido, tan espléndido, que dudo de si no volverán las tormentas por la tarde, en esa especie de acción reacción provocada por las buenas temperaturas y la humedad. Me acerco por el Parque a una entidad bancaria: tengo que hacer un "mandado". En cuanto termino, decido darme un paseo por un soleado parque municipal. La Corredera y el interior están poblados de gentes que deambulan sin rumbo fijo y que dan la sensación de que lo tienen todo hecho. Y es que realmente lo tendrán todo hecho. La población de Béjar está envejecida y esto se nota en los horarios, en las constumbres, en las vestimentas, en los usos, en los abusos, en los ritmos, en... Hay gente aposentada en los bancos soleados que dan frente a la Caja de Ahorros; otros hacen largos en el parque en comandita, con la serenidad y la tranquilidad del que parece que puede arreglar el mundo pero tiene todo el tiempo y ninguna prisa para llevar a cabo su propósito. Me fijo en muchos detalles, pero me detengo más en uno. ¿Os habéis fijado en lo bien que viste buena parte de esta gente? Algunos lucen trajes impecables. Me parece que muestran los restos de aquella ciudad pañera que fue nuestra ciudad estrecha y las apariencias en las que muchos andan instalados. Porque nuestra ciudad padece de un déficit y de una distorsión entre la realidad económica y la apariencia. Tal vez mi observación sea equivocada. Ojalá. Pero me parece ver restos de aquellos educados y educandos salesianos que después iban a poblar las oficinas de las fábricas textiles, que eran despachados con unos semanales en los que buena parte del salario era fraudulento y bajo cuerda, con detrimento para las arcas generales, y que, cuando llegaron a la vejez, se encontraron compuestos y sin novia, con una paga magra y escuálida con la que ir tirando. Pero había que seguir pareciendo otra cosa e ir tirando millas con las mejores apariencias externas. Ahí anda el desajuste.
Los salesianos, que marcaron, para bien y para mal, toda la historia bejarana del siglo veinte, se marcharon hace ya bastantes años, pero me parece que esta impronta permanece entre nosotros.
Todavía recuerdo la reconvención de un encargado de bar, recientemente inaugurado y con buena pinta, que se comprometía conmigo a una buena invitación pero que me recordaba la conveniencia de aparecer con otro aspecto externo (era verano y el chandal o el pantalón corto eran mi indumentaria, no recuerdo).
Uno tiene también la suerte de tener quien le compre ropa lo suficientemetne lustrosa como para no desentonar, pero de ahí a lo que narro hay algún buen trecho.
El sol seguía en lo alto cuando terminé de dar mis dos largos completos al recinto. Las cuadrillas seguían en su empeño rectilíneo: una para allá, otra para acá. Allí los dejé con su sosiego y con su calma. Es una de las estampas de nuestra Béjar, de la ciudad donde también yo gasto mis pasos, aunque a esas horas y por esos pagos muy escasas veces. Que lo disfruten.

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